martes, 26 de agosto de 2008

La Azucena Victrola y los mundos oníricos de Stephen Marsh Planchart


La azucena victrola (Mérida: Mucuglifo, 2001) se presenta como una poesía del ensueño, de lo ideal, de lo espectral, la contundencia de las metáforas cargadas en sucesiones imaginativas que van pasando de forma creativa a la traducción del espíritu de Marsh Planchart. Esa visión de ver a la naturaleza como la protectora e indicadora del universo que lo rodea es uno de los puntos que más llama la atención. El uso de lenguaje que va desde la estructura simple, y de pronto nos topamos con versos de un alto estilo poético; a veces logrando retóricas que van desde lo ambiguo y que terminan inmiscuyéndonos en la representación de lo que percibe, de la pureza del ser original, de la mirada limpia.

Declararse amante, amigo, viento, pájaro, árbol, río, noche, luz, mirada, es una seña que recalca en algunas de las 39 páginas en el que consta este poemario. Lo sutil, lo sublime, eso que a veces nos deja inquieto cuando la energía de la montaña nos trasporta a espacios interestelares, allí el poeta es capaz de llevarnos hasta el Altísimo. Con una profunda fe, las creaciones de Stephen Marsh Planchart, van desde la memoria campestre, colándose por la memoria ancestral, hasta llegar a la memoria actual de este tiempo pausado y de pronto se vuelve azaroso. Recaen imágenes a su estilo agreste cuando nos dice: "hablo siempre a las aguas/a estas sordas por su canto/." Con este ejemplo podemos ir más allá de esa claridad poética, de las aguas que nos dicen sus designios pero a veces nos hacemos los sordos, percepciones que se tecnifican entre una guitarra, la música que es capaz de hacer, y la imagen con la llega a entretenerse: el río.

Aparecen triángulos que dialogan con el propósito de hacer poesía, canción y expresión al mismo tiempo. Garganta o voz, como mejor les parezca, hace del poeta formas armónicas y temporales en llenar los espacios escrituales con flores silvestres; en agua de manantial, en caminos y encrucijadas con clara salida, allí al final del túnel donde a veces nos invita, donde el sentimiento se hace carne y debe ser sacado de una liberación que abarrota la garganta; nos invita a pasajes que vuelan a la altura del águila y que tan bien observa, desde esa espacio, preciso e impreciso, la montaña donde podemos aterrizar.

Lluvia y pájaros se encuentran detrás de ese túnel, rodeados de verdes y necesidad de un arraigarse a algo y es La Mano Poderosa quien tendió su mejor árbol para atraparlo. La Azucena Victrola se cose dentro de la poesía venezolana bucólica, cargada de un sentimiento tímido y apaciguado, parece de pronto convertirse en traductor poético del sitio donde duerme.


Luis Manuel Pimentel

Ilustración: “Albaricoque japonés 3 – Un sueño rosa”, Chiho Aoshima

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