El título del libro de Luis Manuel Pimentel, Figuras cromañonas (Mérida: Caminos de Altair/Mucuglifo, 2007), parece un juicio sumario. Esa combinación podría interpretarse como una sentencia sobre la poesía y su personal inclusión dentro del género. Visto así, el trabajo poético supondría una actividad casi antediluviana, compuesta por la doble carga de lo lírico y lo narrativo; en resumen, el equivalente verbal del arte rupestre, con sus destrezas y sus limitaciones. Sin embargo, esa lectura tendería a obviar la manera en que los textos del libro se sitúan en el punto intermedio entre la tradición y el cambio que en ella se vislumbra. El concepto de figura representa, justamente, ese espacio donde pasado y futuro se articulan. Unas líneas de la página 7 son claras:
De una figura se podría interpretar la Noción
De una figura se podría interpretar la Vida
De una figura se podría interpretar la Realidad
De una figura se podría interpretar la Ficción
(…)
De muchas figuras venimos y somos por los siglos de los siglos Figuras cromañonas
Allí leemos la manera en que se expande esa noción hasta que logra abarcarlo todo. Esa declaración cumple el papel de arte poética, expresa sin lugar a dudas el origen del libro y, a la vez, su lugar de llegada. La figura es, simultáneamente, mito de creación y utopía, señala el emplazamiento del arquetipo universal de la Poesía y su advenimiento en poemas singulares. Como el aleph de Borges, la figura contiene fragmentos entrevistos en la historia, el fugaz y rotundo asomo del presente y variadas adivinaciones. De allí que Pimentel recurra, con semejante indistinción, a complejos recursos.
En Figuras cromañonas, la escritura pasa con facilidad de lo sentimental a lo teórico y a lo descriptivo, con referencias a la lingüística y al surrealismo, por ejemplo. La confesión amorosa puede ser dulzona, como en “Sueños del 17” o en “QUIERO (del amor internacional)”, o puede estar sujeta a la reticencia desgarrada, como en “Después del divorcio”. Entre una expresión y otra, Pimentel apela a dicciones abstractas, cuya combinación desmiente el convencimiento de que el diccionario de la poesía se limita, de forma redundante, a términos “poéticos”. Más bien, la dignidad de todo vocabulario se revela aquí como una conformidad circunstancial, sincrónica, meramente pasajera. El título del décimo texto es significativo: “La electromagnética de la no-comprensión y la aplanadora”; también lo es el del vigésimo noveno: “Entrópicos”. Este último poema o figura sugiere la forma de un argumento académico, y se atreve a mezclar las definiciones de las ciencias naturales con las conjeturas de la metafísica. Allí pasamos de la certeza de los hechos al hipotético abismo de la Nada. En otros pasajes, Pimentel nos presenta la veracidad minimalista de la vida cotidiana y también la conmoción de alguien que observa, sin dramas, el paisaje. En todas esas instancias, el libro propone la conjunción del acatamiento a ciertos modos literarios y la continua previsión de la ruptura.
Hay una imagen que refuerza esa interpretación. En el noveno poema o ponueve, “Reflexiones frente al velón”, Pimentel escribe: “resurrección de Cristo/Saibaba es su espejo” (20). En ese enlace, a lo que asistimos es a la reconstitución de la imagen, al decreto de su inagotable continuidad. En términos semánticos, lo que hace Pimentel es repetir, sin deliberación, quizá, los procedimientos de la historiografía medieval. Para los Padres de la iglesia romana, la figura era, precisamente, la aparición temprana de Jesús en algunos personajes del Viejo Testamento; Adán era figura de Cristo. Esa lectura les permitía darle relevancia teológica a los primeros libros de la Biblia. En el texto de Pimentel la técnica se amplía, vemos allí que la conexión incluye figuras posteriores, como la de Sai Baba. En el plano textual, esa vinculación entre diversos tipos incluye procedimientos como la parodia y el homenaje, lo que nos permite decir que en Figuras cromañonas hay poemas que son resurrecciones de algún otro. El poventicinco se llama “Alegoría Nerudiana”. En esa parte del libro, la sensiblería de Neruda se convierte en una diatriba personal, la reconvención de la costumbre de fumar. Del original “Me gusta cuando callas/porque estás como ausente”, llegamos a “No me gusta cuando fumo/porque estoy como ausente” (47). La pareja original silencio-ausencia ha sido substituida por otra más pedestre, humo-ausencia. También ha desaparecido la amante que cumplía el rol de audiencia; de ella queda apenas una eventualidad: la voz dice, en relación con esa mujer, “si te viera”. En el espacio desocupado permanece el hombre solitario que se reclama un mal hábito. Como la amante perdida, la lírica de Neruda es una sombra marcada por las posibilidades que le toca cumplir en el texto nuevo; es, en conclusión, una figura.
Figuras cromañonas, de Luis Manuel Pimentel, se funda, pues, en la zona de espejos entre una literatura que no se abandona destruida y otra que es todavía una sospecha.
Luis Moreno Villamediana
Ilustración: “La danza”, Pablo Picasso
2 comentarios:
Saludos! paso por acá para aplaudirles la iniciativa, y comentarles que los he agregado a mi blogroll.
Éxito y perseverancia!
Hola Marianne, muchas gracias por tu visita y apoyo.
Saludos,
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