lunes, 20 de abril de 2009

Libreta de viaje

Como novela gráfica, el libro de Shaun Tan, The arrival (Nueva York: Arthur A. Levine Books, 2006), reclama la autoridad del álbum familiar, el fotograma, el grabado expresionista y surrealista, y el retrato de carnet. Esa conjunción le sirve al autor para indicar sutilmente la misma complejidad de la experiencia migratoria, que contiene a la vez el recuerdo, el apresto burocrático, el descentramiento y quizá la convicción, muy vaga, de haber sido antecedida por una película—no necesariamente West Side Story (1961). Los variados recursos de Tan reprueban la convicción de que la familiaridad es un asunto de costumbres: la tierra extranjera que recibe a los personajes de The Arrival llega a ser inclusiva, pero su arquitectura y zoología nunca terminan de acomodarse a la naturalidad, ni a la memoria visual (con sus órdenes de formas prefijadas). Ese lugar envuelve la noción de futuro perpetuo.

El capítulo inicial describe, en principio, aquello que se deja y aquello que se carga en el traslado. La primera página procede con el tacto descriptivo del nouveau roman, y se desplaza entre variados objetos: un pájaro de papel, perfectamente ensamblado, en pose de despegue; un reloj que marca las diez y diez, con veinte segundos, tal vez de la mañana, aunque eso no es seguro (luego veremos que se parte de una ciudad brumosa); un sombrero; una olla; un dibujo; una fotografía… Los dos últimos son, de hecho, variaciones de la misma escena: la muestra de una familia plácida que mira hacia el frente, sonreída, sin augurios de lo que va a ocurrir, que ocurre de inmediato—el retrato se envuelve con cuidado y se pone en la maleta. Esa cadena de imágenes obra como sinécdoque de aquella vida que se va a trastocar, de un pasado acumulado en las cosas como en la pared de alguna galería. Los gestos representados no pueden ser alegres, lo que indica que la foto no es del todo reciente; entre aquel momento y éste se han revelado, sin duda, la precariedad, el extravío, la incertidumbre.

Quien se va es el padre de familia. Lo acompañan a la estación de trenes la esposa y la hija, y en el trayecto hasta allá atraviesan distintas calles visiblemente europeas y oscuras. El probable gentilicio repite de esa forma los trazos del vestuario como comprobación. La ciudad por la que andan resalta por la evidente antigüedad y una peste imprecisa:



La curvatura repetida de esa cola de serpiente marina nos hace concluir que observamos las secuelas de un hundimiento más que simbólico, aunque representado simbólicamente. Sea lo que sea, el lugar se debate en la desesperanza de esa doble sombra ubicua. La perspectiva del dibujo acentúa el poder de ese monstruo sobre los habitantes: la familia que debe despedirse apenas se vislumbra, abajo, en toda su impotencia. La ambigüedad de esa presencia no atenúa su influencia, pero sí abre el libro a variadas posibilidades de lectura. Más adelante, en la nueva geografía el viajero sabrá de las razones que llevaron a otros a migrar: la muerte y la destrucción guerreras. Sin embargo, la movilidad del personaje central y luego su familia podría venir de otras caídas—sociales, económicas, políticas—cuyo desentrañamiento es menos apremiante.

La llegada al otro espacio involucra la súbita instauración de lo nuevo:


El barco que trae a los inmigrantes es suficientemente grande pero no lo bastante prodigioso, su elevación y eslora son menos focales que los raros instrumentos que las rodean: extrañas boyas que más recuerdan los vestigios de una posible Atlántida, y, sobre todo, las aves portuarias, remedos de gaviotas hechas siguiendo los patrones del origami. Todo eso marca sin transiciones la cualidad algo mágica de aquel territorio. Allí está presente el artilugio como emblema de la supervivencia: lo que mueva esos pájaros resulta inexplicable, acata unas leyes distintas, procedimientos para siempre asombrosos. En adelante iremos viendo sin pausas la aparición de códigos cuya extrañeza no se convierte en obstáculo. Toda la ciudad indudablemente es un novedoso, pero legible, régimen de signos:

La convivencia de multitud de formas y señales nos hace pensar en los trabajos de Xul Solar, por ejemplo, con su presentación de un mundo alternativo donde se dilatan las potencias de la geometría y el sortilegio, y también en los diseños, entre visionarios e imposibles, de Albert Robida, repletos de máquinas pesadas que cumplen el milagro del vuelo y la visión a distancia, a pesar de ellas mismas. En The Arrival, uno puede volar en botes de vapor y entender un mapa hecho de flechas discordantes:


Debajo de todo el mecanismo de la novedad y la sorpresa yace el impulso de la solidaridad. Ella es la que permite descifrar la lógica de los aparatos más anómalos, los jeroglíficos que fundamentan la comunicación, las claves del sistema de transporte. No es difícil verificar la variedad de fenotipos de esa zona utópica. Ese examen nos impide llegar a una conclusión sobre los habitantes originarios del lugar: todos son inmigrantes, por eso entre ellos es necesario el apoyo en el acto hermenéutico de acomodarse a esa otra situación. Cuando la esposa y la hija del personaje principal arriben a aquella ciudad, constataremos que ése es el valor sobresaliente. No es arbitraria la ilustración que cierra el libro de Shaun Tan: con el brazo extendido, mirando a un punto a la derecha de la imagen, la niña le explica a otra viajera (que tiene en la mano un mapa y en el piso su única maleta) alguna dirección.

Como novela gráfica, The Arrival se inscribe en la tradición de las historias mudas de Frans Masereel y Lynd Ward, y de los álbumes de collages de Max Ernst. Esa naturaleza potencia los recursos de la imagen, y convierte el libro en un cuaderno inventivo que al moverse de una página a otra logra dar fe de aquella otra movilidad de la vida vivida en otra parte.

*Hay edición española: Emigrantes (Arcos de la Frontera, Cádiz: Barbara Fiore, 2007).


Luis Moreno Villamediana
Ilustraciones: “The Arrival”, Shaun Tan

jueves, 9 de abril de 2009

Los cuentos de Ednodio Quintero


Al releer los cuentos de Ednodio Quintero confirmo que me siguen gustando, primordialmente, sus primeros relatos. Aquellos construidos sobre posibilidades fantásticas y universos rurales y transgresores. Historias breves, situaciones absurdas, desenlaces burladores de lógicas y razones son parte de la primera narrativa de Quintero. Y en un atino editorial se logra reunir sus primeros cuentos junto a otros más recientes en Los mejores relatos. Visiones de Kachgar. (Caracas: bid & co/Universidad de Los Andes, 2006).

La experiencia siniestra del encuentro con el otro en un enfrentamiento mortal lo leemos en el primer título que abre la selección: “La muerte viaja a caballo”. Motivo que se repite con mayor extensión, laboriosidad y complejidad narrativa en el impecable relato “Cabeza de cabra”, título que cierra el libro. Entre estos dos textos el otro se seguirá buscando a sí mismo en el círculo de una inmortalidad exasperante, repitiéndose en la inutilidad de su intento por frenar la continuación de sus propios actos en “Valdemar Lunes, el inmortal”. La presencia de la alteridad continúa avivándose con “El hermano Siamés”, cuento en el que un muchacho intentará deshacerse de su hermano, del que depende atado a un cordón invisible que lo ata a la tierra, que lo mantiene vivo como una sombra de su hermano, sólo como una sombra, que busca su propia autonomía, un territorio que se haga cuerpo propio:

Bastará con una sola puñalada: un único golpe certero  que le raje el corazón (…) Me afinco en los dedos de los pies y levanto el cuchillo: podría seguir su trayectoria sólo con mirar la sombra nítida que se proyecta en la pared de enfrente. Dejo caer el peso de mi cuerpo buscando causar el mayor daño y mientras la hoja de acero se va hundiendo más y más dentro de mi pecho comienzo a escuchar un ruido muy lejano, punzante, sofocado, como el cantar desconsolado de una bandada de gallos amarillos (p.34).

“La venganza” obligará a un hombre, un jinete, a emprender una persecución que es al mismo tiempo una huída de sí mismo. La fatalidad del deshonor familiar lo empujará a recorrer caminos en búsqueda de un enemigo que exhala su mismo aliento:

 

La persecución se prolongará por ríos y montañas, campos quemados y ciudades: siguiendo un rastro invisible que desaparecerá con la noche en las arenas movedizas del sueño. No teme a la fatiga ni al combate cuerpo a cuerpo, ni siquiera a las emboscadas arteras del enemigo, pero sí a su propio e ineludible desaliento (p.24).

 

Un bestiario con ínfulas humanas es parte también recurrente en las narraciones de Quintero, en las que hombres y animales, sobrecogidos por metamorfosis imaginarias, se reinventan entre relinchos, ladridos y voces articuladas. A esta categoría pertenecen los cuentos “La noche”, “Un caballo amarillo”  y “Álbum familiar”:

 

Por un momento llegué a pensar que la anciana deliraba. Descarté esta idea y la sustituí por otra más tranquilizadora: no queriendo admitir el avance de su ceguera, la anciana actuaba con naturalidad, razón por la cual podía confundir el primer plano de un perro ovejero con el perfil de su único hijo, muerto la tarde de su quinto cumpleaños (p.129).

 

Con “El corazón ajeno”, el autor coquetea con situaciones  urbanas e imprime mayor fuerza y presencia al rasgo oral, elaborando una historia que viaja de un país a otro, de un presente a un pasado personal. En esta historia, muy cercana a “Cabeza de cabra”, Ednodio Quintero  narra a dos ritmos; el primero acelerado, con acento y situaciones citadinas:

 

OK, ya estoy ubicado: a una hora pico, y en el ojo del huracán. Rodeado de malandrines, enfermeras, vendedores de amaranto llamados alegrías ─un peso le vale, un peso le cuesta─, un cubano en guayabera, señores chaparritos con maletines de cuero de marrano, chicas huidas de La Merced y abuelitas maquilladas con onoto. Hace un calor de los demonios que los diarios lo atribuyen a la venganza del Niño. También acusan a una jueza por la liberación del Chuki, sospechoso de haber abierto en canal a un gringo distraído, un bicho de cuidado ese tal Chuki, apodado por sus cuates con el remoquete de El Niño de la Cuchilla. Niñerías, nené (pp.142-143).

 

El segundo ritmo es mucho más sosegado y arrastra consigo reminiscencias agrestes, empatadas al pasado campesino del personaje:

 

No sé si la memoria me juega una mala pasada, sin embargo, estoy casi seguro de que no hablamos. ¿De qué íbamos a hablar? Mi silencio y el suyo acaso formarían un canto a la soledad. Recuerdo sí que en algún momento del festín sentí que me estaba adentrando en terreno virgen y quise zafarme, tal vez asustado, yo que sé. Los muslos y las piernas de mi prima fueron más fuertes que mi decisión (pp. 154-155).

 

Los fantasmas que regresan del pasado, asomándose sin pudor al presente, con pretensiones de existencias jóvenes y eternas, se materializan en los cuentos de Quintero con la permisibilidad que les da los universos alternos. Así, un amante que clava su amor en forma de puñal tatuado en el vientre  de su mujer  no desaparece con la muerte, sino que se convierte en el celador  del vientre de la esposa, que dejó viva entre calores y llantos:

 

El dolor fue intenso y también breve. El otro, hombre de tierra firme, comenzó a rondarla. Ella, al principio esquiva y recatada, fue cediendo terreno. Concertaron una cita; y la noche convenida ella lo aguardó desnuda en la penumbra del cuarto. Y en el fragor del combate, el amante, recio e impetuoso, se le quedó muerto encima, atravesado por el puñal (“Tatuaje”, p.169).

 

Con esta compilación, prologada por Carlos Sandoval y rematada por una ars narrativa del propio autor,  se nos ofrece un recorrido cartográfico por la obra  cuentística de Quintero. Recorrido que abarca los textos publicados entre los setenta y los noventa, que recoge la insistencia temática del escritor; así como sus variaciones y experimentaciones.   

A modo personal debo decir que durante la lectura de este libro reviví una grata sensación en mi memoria lectora, debido a que mis primeras lecturas de los cuentos de Ednodio Quintero ocurrieron en mis años de adolescencia, en esa edad en que se construyen mitos y dioses que serán destruidos en el asentamiento propio de la adultez, época de adicciones a lecturas que luego da vergüenza confesar. Sin embargo,  no es este el caso; pues la escritura de Quintero, madura desde el principio, logra quedarse, afincarse, echar raíces, hacerse clásica.  

 

Carolina Lozada

Ilustración: Detalle “Aberdeen Bestiary