Cuando el viejo Epicuro de Samos dialogaba con el placer en las atontadas calles de Atenas acerca de su clasificación de los apetitos, Naiguatá era un uveral quieto y húmedo. A lo mejor en aquella playa solitaria desde siempre hubo un rumor de hembra encendida, de tambores que relampagueaban rituales de incorporación y de sacudimiento. El bululú de las Ninfas (Caracas: Alfa, 2007) es una obra mayor de la literatura venezolana, pero su mayorazgo no es obra del despliegue de pericia sociológica para adentrarse en las profundísimas aguas de la idiosincrasia nacional, que aunque bien lo hace no es precisamente ese el mayor aporte de esta singular (qué palabrita) obra. Tampoco es una obra mayor por particularizar una simbología de esa anarquía caribeña que tanto nos caracteriza como pueblo, aunque también dicha particularización se da. Más bien es una novela para el deleite de los estetas de la palabra, es una obra para la fruición léxica y el deleite silábico. En ella los recorridos de la palabra son un torrente de lo corpóreo y de las sensaciones del almizcle salitroso del que están hechas las emociones. Esta novela clitoriana y estrambótica pareciera ser la constatación de una voluptas léxica que se nos deshace en la boca de lectores. Definitivamente la fruición con que nos incita a leerla, hace de esta obra un banquete. Cierta intrepidez costumbrista con la que ha sido escrita El bululú de las Ninfas la convierten en una fábula del Caribe, con un sabroso irrespeto por las canónicas formas de hacer narrativa en Venezuela.
Esta novela del veterano periodista José Pulido está hecha con una vehemencia artesanal que conmueve por la sola presencia de nuestro más remoto y entrañable imaginario léxico de la infancia. Nada nos es más caro al leerla que la inusitada sensualidad dual que se desborda de la fiesta de corpus christi pero que también se escabulle de esa prosa rochelera que nos muestra Pulido. El pueblo de Naiguatá representa el concierto del placer y el dolor, representa el encuentro casual del florecimiento de la belleza femenina que explota en sensualidad y de la apocalíptica podredumbre que exorciza las culpas colectivas del pueblo. En El bululú de las Ninfas el discurso se amaña, se vuelve un cómplice demasiado fantasioso, demasiado lúdico.
El bululú de las Ninfas es una novela-bitácora donde se construye un imaginario Caribe. Pudiéramos decir con cierta faramallería intelectual que esta novela irrumpe, con su pendencia Caribe, en el lector como queriéndoselo comer. Nada hay más ajeno a estas páginas que la mesura. Ni siquiera cierto detective alemán, que investiga el crimen de una viuda y que ha viajado desde tierras teutonas, logra escapar de esa vorágine costeña. En esta obra la sandunga lingüística hace de las suyas, un sabroseo inquietante abordará a los lectores desde el inicio mismo hasta la última línea. Un ejemplo:
“El sofisticado”
Hubo una época en que Bubute, después de ver una película sobre Casanova, se dedicó a imitar al personaje con gran ilusión. Trataba de moverse como entre fiestas y castillos, entre palacios y recovecos femeninos. Saludaba con inclinaciones de cabeza y pedía perdón por cualquier cosa. Ese fue el mejor intento de todos los que ha emprendido en su afán de enamorar a Antonia, a juició de Anaconda y Yuleisis. Se alisó los chicharrones de la cabeza y se dejó un bigote delgadito que lo transfiguraba en bailarín de tango. Tenía algunas salidas geniales, era caballeroso y delicado. Dicen que en esos días ni siquiera se le conoció eructo o se le escuchó pronunciando sus obscenidades predilectas. Ensayó gestos nobles, no exentos de gracia. Hasta que comenzó a mencionar las cosas, los oficios y los oficiantes con nombres que desataban la burla de propios y extraños. Le decía mondadientes a los palillos, aguas perfumadas a las colonias y otras esencias. Llamaba mozos a los mesoneros y taberneros a los dueños de bares y botiquines. Como Antonia tampoco cedió esta vez ante el cambio sufrido por su enamorado, Bubute fue dejando de lado el perfil de Casanova, no sin antes generar controversias, porque la retirada la efectuó lanzando teorías que causaron resquemor en el seno de la sociedad.
Con esta fábula diletante se inicia uno de los apartes más deliciosos de esta macrofábula. Como Bubute muchos de estos personajes están hechos de palabras, en un sentido literal. Así como Bubute, Antonia, Bernardito y hasta el propio Hans son un temperamento léxico vibrando de discurso. Cada uno de ellos se transfigura en figura lúdica que se entrompa con ese placer que en el Caribe llamamos gozadera, pero también estos personajes se transfiguran en soliloquios nostálgicos, una suerte de carrucha infantil en donde se dan colita el desparpajo y la modorra, la lujuria y la fe. Cuidado lector, no te olvides de “comprar tu botella de lujo, por supuesto anís cartujo” (parafraseada de la canción el “motorizado” de Vagos y Maleantes), recuerda que El bululú de las Ninfas es la impronta de los duendes traviesos del Caribe. Con esta novela seguramente nacerá una generación de sommeliers que paladearán de gusto los matices léxicos que se desprenden del bululú de palabras de esta fábula de la sabrosura.
José Alejandro Moreno Guevara
Esta novela del veterano periodista José Pulido está hecha con una vehemencia artesanal que conmueve por la sola presencia de nuestro más remoto y entrañable imaginario léxico de la infancia. Nada nos es más caro al leerla que la inusitada sensualidad dual que se desborda de la fiesta de corpus christi pero que también se escabulle de esa prosa rochelera que nos muestra Pulido. El pueblo de Naiguatá representa el concierto del placer y el dolor, representa el encuentro casual del florecimiento de la belleza femenina que explota en sensualidad y de la apocalíptica podredumbre que exorciza las culpas colectivas del pueblo. En El bululú de las Ninfas el discurso se amaña, se vuelve un cómplice demasiado fantasioso, demasiado lúdico.
El bululú de las Ninfas es una novela-bitácora donde se construye un imaginario Caribe. Pudiéramos decir con cierta faramallería intelectual que esta novela irrumpe, con su pendencia Caribe, en el lector como queriéndoselo comer. Nada hay más ajeno a estas páginas que la mesura. Ni siquiera cierto detective alemán, que investiga el crimen de una viuda y que ha viajado desde tierras teutonas, logra escapar de esa vorágine costeña. En esta obra la sandunga lingüística hace de las suyas, un sabroseo inquietante abordará a los lectores desde el inicio mismo hasta la última línea. Un ejemplo:
“El sofisticado”
Hubo una época en que Bubute, después de ver una película sobre Casanova, se dedicó a imitar al personaje con gran ilusión. Trataba de moverse como entre fiestas y castillos, entre palacios y recovecos femeninos. Saludaba con inclinaciones de cabeza y pedía perdón por cualquier cosa. Ese fue el mejor intento de todos los que ha emprendido en su afán de enamorar a Antonia, a juició de Anaconda y Yuleisis. Se alisó los chicharrones de la cabeza y se dejó un bigote delgadito que lo transfiguraba en bailarín de tango. Tenía algunas salidas geniales, era caballeroso y delicado. Dicen que en esos días ni siquiera se le conoció eructo o se le escuchó pronunciando sus obscenidades predilectas. Ensayó gestos nobles, no exentos de gracia. Hasta que comenzó a mencionar las cosas, los oficios y los oficiantes con nombres que desataban la burla de propios y extraños. Le decía mondadientes a los palillos, aguas perfumadas a las colonias y otras esencias. Llamaba mozos a los mesoneros y taberneros a los dueños de bares y botiquines. Como Antonia tampoco cedió esta vez ante el cambio sufrido por su enamorado, Bubute fue dejando de lado el perfil de Casanova, no sin antes generar controversias, porque la retirada la efectuó lanzando teorías que causaron resquemor en el seno de la sociedad.
Con esta fábula diletante se inicia uno de los apartes más deliciosos de esta macrofábula. Como Bubute muchos de estos personajes están hechos de palabras, en un sentido literal. Así como Bubute, Antonia, Bernardito y hasta el propio Hans son un temperamento léxico vibrando de discurso. Cada uno de ellos se transfigura en figura lúdica que se entrompa con ese placer que en el Caribe llamamos gozadera, pero también estos personajes se transfiguran en soliloquios nostálgicos, una suerte de carrucha infantil en donde se dan colita el desparpajo y la modorra, la lujuria y la fe. Cuidado lector, no te olvides de “comprar tu botella de lujo, por supuesto anís cartujo” (parafraseada de la canción el “motorizado” de Vagos y Maleantes), recuerda que El bululú de las Ninfas es la impronta de los duendes traviesos del Caribe. Con esta novela seguramente nacerá una generación de sommeliers que paladearán de gusto los matices léxicos que se desprenden del bululú de palabras de esta fábula de la sabrosura.
José Alejandro Moreno Guevara
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