martes, 21 de octubre de 2008

Un terrible amor guerrero


De James Hillman había leído dos ensayos estupendos: El sueño y el inframundo (Paidós) y El pensamiento del corazón. (Siruela). El primero es uno de los textos más hondos y sugestivos que he leído sobre el manoseadísimo y canónicamente intrigante tema de los sueños; el segundo, un agudo alegato en defensa de la estética y sus verdades. Ahora leo A terrible love of war (Nueva York: Penguin, 2004), aparecido poco después de la invasión americana (y británica y española, se olvida muchas veces) a Irak. Hillman no menciona ese dato sino de manera episódica, pero su libro, polémico, provocador, de sabia erudición y don imaginativo, no puede sino entrar en diálogo tácito con un momento dramático de la historia de su país (y del mundo). Es quizá el libro más “estadounidense” del doctor Hillman. Un panfleto contra las simplificaciones de la guerra, un esfuerzo por imaginarla y por entender sus mitos persistentes. Quien dijo que la guerra es incomprensible e inimaginable, propuso un enorme reto de comprensión y de imaginación que Hillman intenta encarar en estas páginas.

La guerra tiene no sólo su política sino su mitología, su filosofía y su estética. No se trata sólo de instintos ni de ideales. Hillman escarba en el testimonio de los soldados americanos y británicos, en los mitos griegos y en la literatura de guerra: “La inhumanidad de la guerra es mejor captada por los poetas y los novelistas, porque su imaginación se adentra en el alma afligida más allá del reportaje de los hechos”. También el autor quiere adentrarse en el “alma afligida” de la guerra, no por desdén a lo real sino justo por respeto no sólo a lo que pasa sino a lo que se queda.

Antes de la aflicción, esa marca de ceniza de la guerra, hay el ardor de las pasiones templadas por un viejo amor guerrero. Una pasión tenaz pero cada vez menos confesable. Hillman nos recuerda que la guerra no sólo es el estado habitual de la humanidad sino que es una de sus grandes pasiones. Nuestra hipocresía la está convirtiendo en guerras a control remoto, en bombas bajo la ropa y en secuestros. Escondida la guerra, no desaparecen sus efectos. Somos es en general más cobardes y correctos pero igual de mortíferos. No sólo entre humanos y otros animales sino con el medio mismo en que vivimos. Dice Hillman, con un acento que rescata a conciencia del mejor romanticismo: Es como si la tierra misma se hubiera convertido en el enemigo.

En medio de cuerpos destrozados y el ruido de la metralla, una frase del general Patton, recogida en la película biográfica de 1970 que dirigió Frank Schaffner con guión de Coppola, da tono al libro: “Sólo Dios sabe cuánto adoro la guerra”. Ese dios, a Hillman no le cabe duda, no es otro que una reencarnación del Ares griego y el Marte romano, pero también Cristo, tan invocado en la política norteamericana. Cristo es un dios guerrero. Todas las religiones monoteístas, dice Hillman y no dice cosa nueva, comparten esa adoración por la guerra. Lo que sí es nuevo para mí es su asociación del dios cristiano de la redención y el amor con el dios pagano de la guerra. Marte, de todos los dioses paganos, es el más inhumano. No por ello deja de ser un dios olímpico. La guerra, dice Hillman, es esencialmente monoteísta. Su elenco se cifra en aliados y enemigos. “En el principio fue no el verbo sino la guerra”.

James Hillman es un Padre tolerantísimo o es herético del psicoanálisis, un psicoanalista que defiende la Ilustración, “tan cerca de Venus como de Apolo”, y no le hace ascos a sentar en su diván-trinchera-tertulia las sombras pensantes de gente que no ha dado la espalda a los fantasmas y las vigilias bélicos. Más que defender una iglesia de pensamiento, a Hillman le interesa el pensamiento acerca de su tema. No renuncia a hacer más complejas sus preguntas ni a encontrar respuestas fuera de su templo.

Los Estados Unidos miran cada dos por tres a muchos de sus ciudadanos volver de los destrozos de la guerra, destrozados muchas veces ellos mismos. Hillman discurre sobre lo que es ser un veterano de guerra en EEUU. Sus narraciones en primera persona son parte de un ensayo de comprensión que no quiere ser una tesis de salón. No quiere pensar a control remoto ni lanzar una bomba al lector, ni siquiera secuestrarlo. Quiere invitarlo a una discusión para él fundamental.

Es una pena para nosotros que Hillman, en rasgo más bien convencional en un intelectual americano, no tenga más en cuenta la particular historia guerrera de la otra América, después de todo casi tocaya. Alguien diría que no es él el llamado a explorar de forma abarcante, profunda y descarnada el territorio de las guerras latinoamericanas. Aun así, Hillman no escatima alusiones a las más variadas guerras europeas y del Medio Oriente, y además sus ideas no pretenden ser para exclusivo consumo parroquial. De todos modos, el hilo reflexivo está tendido. Entrelíneas, el mismo lector no puede sino trasladar algunas de las reflexiones sobre la guerra a su propio contexto, incluso aquellos lectores que carecen de memoria bélica, pero no por ello han espantado los duelos del militarismo.

Hillman no hace una denuncia sino un examen de la guerra. La guerra, dice con sagaz provocación, es tan inhumana como sublime. No por nada atrae tanto. Tan sublime como el amor. Yo mismo, asegura, escribo mis textos como si estuviera planeando un asalto militar. Yo también soy un veterano, pero todas mis guerras han sido psicológicas. Como quien dice: no soy inmune a la locura ni a las influencias de la guerra. Ni nosotros. ¿Cuáles son nuestras guerras?

Otra idea sugestiva, como tantas en este libro: una de las peores cosas de la guerra es la anestesia que provoca, ese afán de olvidarlo o literalizarlo todo, de creer que lo normal o dado es la paz, lo civil, lo humano, lo secular y otras excepciones. “La normalización puede permitir la sobrevivencia, y puede ser también uno de los errores humanos más estúpidos”. Y añade: “Habituarse a la guerra puede significar una toma de partido, no por la sobrevivencia, sino por la muerte”. De esas paradojas está hecho el pensamiento de Hillman.

No viene mal desconfiar a veces de la jerga, común entre los psicoanalistas, cuyo efecto muchas veces es menos la reflexión que la hipnosis. Pero cómo negar que me emocionan sus temas, el respeto por la imaginación y la pasión por lo estético, la dimensión política por lo general ausente en las indagaciones psicológicas, la riquísima trama cultural en que se inscribe. Hillman llega a ser fantástico cuando se despoja de sus tics doctrinarios y también cuando interpreta de forma crítica a sus propios maestros, cosa que por fortuna no es infrecuente.

En el mundo hispano, el primer comentarista de Hillman ha sido Rafael López Pedraza, cubano con décadas de residencia en Venezuela, autor entre otros libros recomendables de Ansiedad cultural, Anselm Kieffer y la psicología de Después de la catástrofe y Dionisos en exilio, libros a los que me gusta volver y que no se me agotan de una sentada. Lo mismo me está ocurriendo con los de James Hillman.


Leonardo Rodríguez

http://lacasaazulada.blogspot.com/

Ilustración: “After M Whurther Run Glandelinians attack and blow up train carrying children to refuge”, Henry Darger

martes, 14 de octubre de 2008

Narrativa vanguardista latinoamericana


Qué grato es encontrarse con Teresa de la Parra y su “Ermitaño del reloj” en la selección de cuentos que compone el libro Narrativa vanguardista latinoamericana (Caracas: bid & co/Universidad de los Andes, 2007); pero además de Teresa de la Parra se encuentran María Luisa Bombal, Silvina Ocampo y Marta Brunet. Sin embargo, no todas son escritoras, también hay escritores, es sólo que las damas van primero. De una dama con el talento mayor de escritora como Teresa de la Parra, tan celebrada por Ifigenia y Memorias de Mamá Blanca, conocemos muy poco su incursión en la cuentística, así que esta compilación es una buena ocasión para acercarse a esta faceta de la escritora venezolana. Su cuento “El ermitaño del reloj” tiene mucho de naturaleza muerta, de “cosa-objeto” que adquiere vida y también sentimientos, e igualmente decisiones de muerte. Un relato encantador y amargamente fatalista. En María Luisa Bombal se percibe un desgarramiento ante lo real, ante lo cotidiano, en su relato “El árbol”. En esta historia, la escritora chilena nos presenta a la “ausente” Brígida, una joven esposa burguesa que poco a poco va descubriendo y padeciendo su vacío existencial, ese vacío que hace que su vida se resuma en un bostezo vespertino. Brígida intentará cubrir simbólicamente la desnudez de su vacío vital con el follaje del árbol que la resguarda del afuera de su ventana. El follaje cubre esa desnudez; una vez derrumbado el árbol, no obstante, cae el velo y Brígida queda expuesta: “Le habían quitado su intimidad, su secreto; se encontraba desnuda en medio de la calle, desnuda junto a un marido viejo que le volvía la espalda para dormir, que no le había dado hijos” (269).

Silvina Ocampo, más curiosa, inicia un viaje de preguntas, de búsqueda del origen, en su cuento “El viaje olvidado”, y Marta Brunet en “Soledad de la sangre” asume una voz íntima que reflexiona desde la condición de ser-mujer dentro de una relación “amorosa” convencionalmente patriarcal. Brunet, con mayor osadía que su compatriota Bombal, muestra un sujeto femenino que quiere irrumpir desde una prisión cerrada con las llaves de las alianzas:

Iba huidiza, apretados contra el pecho los destrozados discos, sintiendo el fluir de la sangre por la herida caliente y pegajosa en el cuello, adentrándose hasta la piel fina del pecho. Caminaba con la cabeza gacha, rompiendo la negrura y el viento. Caminaba (…) podía andar, andar, sin fin (302).

Al grupo de estas mujeres transgresoras se unen los escritores que desde sus narraciones irrumpen con otros modos de contar, con otras maneras en la disposición espacial de su escritura. Ellos abordan temas escabrosos, usando para ello motivos grotescos y figuras siniestras. Comulgando con la tendencia vanguardista que exhibe la fealdad, lo grotesco, que ridiculiza los convencionalismos artísticos, la comodidad burguesa. Estos escritores vanguardistas latinoamericanos juegan con formas de humor, con relatos estrambóticos; así , en este orden tenemos al ecuatoriano Humberto Salvador y su cuento “Sandwich”: “¿Recuerda usted los sandwichs que se vendían a cinco y diez centavos? ¡Eran sadwichs de muerto! En uno de ellos se encontró un pedazo de oreja y por ese dato se ha descubierto todo. ¿Los comió usted?” (163).

De la misma manera, podría citar a Vicente Huidobro y su texto “El gato con botas y Simbad el marino o Badsim el marrano”, donde con humor y desbordada imaginación construye el país de Oratonia, fundándolo con su religión oficial y sus respectivas religiones herejes:

En Oratonia, como todo país que se respeta, tienen su religión oficial. En Oratonia se practica el culto a la mosca (…) En todo el país está estrictamente prohibido cubrir los guisos y los comestibles con rejillas de alambre (…) Cuando una mosca se para en la nariz o trota por el cráneo de un circunstante, todos le miran con religioso silencio y el elegido se inclina de orgullo y de felicidad, bendiciendo al destino que le señala como amado de la diosa (216).

Los ejemplos podrían seguirse extendiendo, los clásicos nombres de Jorge Luis Borges, Macedonio Fernández, Roberto Arlt y Felisberto Hernández, obviamente, son parte de esta antología. Sin embargo, quiero destacar los trabajos de Pablo Palacio y Juan Emar. “El unicornio”, del chileno Emar, es un cuento con una alta carga de vanguardia, construido con un arsenal de imágenes delirantes y oníricas, armado de situaciones extraordinarias y una narración acelerada de acontecimientos que incluyen cadáveres, viajes submarinos y amores necrófilos: “Sobre la misma mesa recosté el cadáver de mármol de Camila, y muy lentamente—por fin—, lo desnudé. Tal cual ella había hecho momentos antes con el fruto, hice yo ahora desde sus cabellos hasta sus pies” (246).

El escritor ecuatoriano Pablo Palacio relata los oscuros deseos de Nico, el hijo del carnicero, Nico, “El antropófago”:

Al principio le atacó un irresistible deseo de mujer. Después le dieron ganas de comer algo bien sazonado; pero duro, cosa de dar trabajo a las mandíbulas. Luego le agitaron temblores sádicos: pensaba en una rabiosa cópula, entre lamentos, sangre y heridas abiertas a cuchilladas (114).

Insisto, los ejemplos pueden seguir reproduciéndose, lo mismo que la satisfacción de hallar nombres casi secretos con otros que forman ya parte del canon. Ese balance se debe al riguroso trabajo de Álvaro Contreras, encargado de la selección de los textos y autor de la acuciosa introducción, que permite situar estos cuentos en su momento histórico y que discute, además, sus temas y su lenguaje. La conjunción de esas páginas de análisis y las narraciones hacen del libro Narrativa vanguardista latinoamericana un volumen necesario para los interesados en la literatura de América Latina.


Carolina Lozada

Ilustración: “Arte abstracto – 1943”, Joaquín Torres-García

miércoles, 8 de octubre de 2008

Contra la Censura. Ensayos sobre la Pasión por Silenciar, de J. M. Coetzee


En primer lugar, precisemos que el título original, Giving Offense: Essays on Censorship (1996), es levemente diferente de la traducción castellana (Barcelona: Random House Mondadori/Debate, 2007). Vendría a decir: "Ofendiendo: Ensayos sobre la Censura". Ni contra nada, ni pasiones desatadas por silenciar. Comprendo que la traducción castellana es más rotunda, más comercial, pero ¿es necesario corregir a un premio Nobel y a su editor estadounidense [la Universidad de Chicago]? ¿Y por dos veces?
Sin duda, en este país se tiene la impresión generalizada de que la censura es cosa del pasado y asociada a regímenes autoritarios. A poco más de un año del secuestro de una revista en España (satírica, además; ni todas las democracias han podido salvaguardar el animus jocandi cuando se refiere a ciertas personas, al parecer siendo el mensaje, "con respecto a ciertas cosas, ni en broma"); después del debate europeo (de los ¡oh tan civilizados! europeos) sobre las caricaturas de Mahoma, sólo se puede llegar a la conclusión de que aquí se puede hablar de todo... menos de lo que no se puede hablar. La principal conclusión de políticos y analistas fue que una cierta "autocontención" por parte de los autores era deseable. "Autocontención", si lo miran bien, verán que lo que quiere decir a las claras es "autocensura", un concepto que, como demuestra Coetzee, es el fin último de la censura, siendo la máxima aspiración de ésta el quedar como una estructura residual y casi autodestruida, habiendo conseguido que el papel de censor lo interpreten los propios autores.
Así pues, la censura, institucional o no, sigue existiendo, en España, en Europa, en las sociedades "civilizadas" y, por supuesto, en las autoritarias, semiautoritarias y en transición.
Hay muy poco escrito sobre la censura, ensayos sobre su naturaleza, claro está. Y sólo recuerdo uno sobre la censura en el franquismo, donde se reseñaba (entre otras cosas) la mutilación y censura de un discurso del propio Franco. Mirando la bibliografía que acompaña el texto de Coetzee, esta escasez parece ser internacional.
Por desgracia, sólo un tercio del libro, aproximadamente, está dedicado a estudiar la censura en abstracto. Los otros dos tercios se dedican a casos concretos: la censura a la pornografía en El Amante de Lady Chatterley; la censura soviética (Osip Mandelstam, Solzhenitsin, Zbigniew Herbert); la censura del apartheid sudafricano. Son ejemplos ilustrativos y muy interesantes (y sobre el apartheid es casi seguro que es lo primero que se publica en español), donde se dicen cosas valiosas, pero el excesivo detalle siempre tiene el riesgo de fijarse en el roble y perder de vista el robledal.
Pero, y remarcando de nuevo que esos ejemplos son impresionantes en su análisis y pueden constituir la base de estudios futuros, Coetzee hace, en un análisis abstracto y caracterológico de la censura, una labor fundamental, que descubre las contradicciones y esencias de una actividad que no sólo es enfermiza, redentorista y autodestructiva, sino que lleva en sí misma las semillas de su propio ridículo.
Por escasez de libros semejantes y lucidez de pensamiento, es éste un libro imprescindible para comprender esa manía por imponer preceptos y (de)formar mentalidades.


Lluís Salvador

http://www.lecturaserrantes.blogspot.com/