miércoles, 31 de diciembre de 2008

La tarea del testigo


Escribir sobre personajes entrañables, e incomprendidos en su época, supone un arduo trabajo de búsqueda y reconstrucción. Un acto que implica adentrarse en otros tiempos, otros contextos, otros cuerpos y miradas. Rubi Guerra así lo entiende y de este modo lo asume en La tarea del testigo (Caracas: El perro y la rana, 2007).  Novela que narra el viaje hacia Ginebra, la enfermedad, el tránsito por los sanatorios europeos y los últimos días de un sugerido José Antonio Ramos Sucre, a quien el autor tiene el pudor de nombrar sólo con dos iniciales: J.A. En su narración, Guerra apela a un amplio repertorio de estilos: lo que leemos de las dificultades de esa travesía, entrecortada por el insomnio y las dolencias, está contado en cartas, en relatos oníricos y en descripciones salidas de historias del cine (en especial de “M”, de Fritz Lang, y “El gabinete del Doctor Caligari”, de Robert Wiene). 

 

Ganador del Concurso de Novela Corta Rufino Blanco Fombona (2006), el libro de Guerra conjuga la brevedad de sus 92 páginas con la hondura del expresionismo alemán, cuyos mundos distorsionados por la pesadilla sirven de contexto a la historia contada. El desequilibrio onírico es de gran utilidad en la descripción de la estadía de ese hombre enfermo y atormentado en tierras extranjeras. Así se puede justificar el carácter casi sobrenatural de las aventuras del Cónsul J. A., a veces solo, otras acompañado de un personaje checo, Konrad Reisz, uno de los pacientes que comparte con J.A. la permanencia en la clínica de Merano. Juntos viven sucesos de tinte fílmico, como actos de espionaje y persecuciones. La presencia de Reisz deja entrever una posible reinvención a partir de otro checo: Kafka.    

 

Todos estos elementos permiten apreciar cómo el autor apuesta por una técnica en la que las variadas alusiones a la literatura y al cine enriquecen la significación del texto. La novela de Rubi Guerra es por ese motivo al mismo tiempo ficción y metaficción.  El acertado manejo de estos recursos hace de La tarea del testigo una obra compleja y a la vez sutil, escrita igualmente con esmero, sobriedad, precisión y soltura. Su punto más alto se halla en el final, cuando la muerte definitivamente le gana la batalla a J. A. Allí las páginas refieren el encuentro decisivo entre el narrador (el testigo del título) y ese hombre narrado, convaleciente en una cama, en la oscuridad de sus días de junio:

Me sorprendo de cómo se ha encogido tu cuerpo: desaparece en las sábanas en un gesto de infinita discreción. Persigo algo que decir  — una palabra definitiva que convoque el sentido de belleza, de la vida o de cualquier otra cosa — y no se me ocurre nada. Tú abres una vez más los ojos y me miras con serenidad, con extrañeza, tal vez con afecto, como desde el otro extremo de un puente muy lejano (pág. 86).

La conversación transcurre como una confrontación hecha de manera retrospectiva, desde el presente del narrador, cuando se sabe ya cuál ha sido el destino de la obra de J. A. y cuál fue su papel en la historia política de su país de origen. Ese momento representa la confesión vital del vínculo que existe entre un autor y aquello que imagina. Estas últimas páginas de La tarea del testigo consiguen anclar al lector en medio de ese puente entre dos tiempos y entre dos distancias, entre esas dos voces: la del personaje que agoniza y la del testigo futuro de una convalecencia lejana.

 

Carolina Lozada

martes, 23 de diciembre de 2008

La carretera


Confieso que me acerqué a La carretera (Barcelona: Mondadori, 2007), de Cormac McCarthy, por un interés más fílmico que literario. Buscaba en este libro las señas de una road movie escrita, pero hallé algo más que un libro con un lenguaje cinematográfico evidente; encontré uno de esos autores egoístas que se posesionan de sus lectores. La historia de McCarthy es una sombría pesadilla sobre un mundo arrasado por alguna hecatombe nuclear en un tiempo impredecible. Un padre y su hijo son los sobrevivientes, junto a otros pocos habitantes, de la gran catástrofe, y ambos deambulan como sombras desgraciadas sobre caminos de cenizas buscando el sur, un improbable destino de anclaje, donde el tortuoso viaje a pie finalice y ellos puedan comenzar de nuevo.

 

El libro, al igual que las road movies, se desarrolla a lo largo de un tránsito de eventos y repeticiones vívidas sobre el espacio físico de la carretera. Hombre y niño huyen del mundo herrumbroso y de los oscuros sobrevivientes, quienes, bien sea empujados por el hambre o la locura de la destrucción, acechan los caminos. La carretera está escrita en una continuidad que no admite puntos de quiebre en capítulos; el autor se vale sólo de espacios en blanco, equivalente textual de los cortes en negro del cine. Y a pesar de correr el riesgo de la monotonía por la reiteración de situaciones donde se nos relata cómo el padre busca alimento, trata de abrigar  al pequeño y  mantenerlo calmado ante sus constantes temores, la novela logra colar temas fundamentales de la reflexión humana: el bien y el mal visto desde los ojos de un niño, la mutilación de la memoria colectiva producto de las destrucciones masivas, y esa cosa indefinible entre la culpa y la piedad. Retoma McCarthy, además, antiguos motivos de la búsqueda del hombre: el viaje iniciático fundacional y el motivo de Prometeo, el hombre que les roba el fuego a los dioses:

 

Y no nos va a pasar nada malo.

Desde luego que no.

Porque nosotros llevamos el fuego.

Así es. Porque llevamos el fuego (p. 65)

 

En esta historia, el niño representa el fin y el principio de un mismo mundo; muerte y precaria resurrección. El niño, sin los recuerdos inmediatos del mundo antes de la destrucción, sin las ceremonias del ayer, deberá armar su propia memoria a partir de los datos aportados por el padre en su calamitosa convivencia entre los escombros del viaje:

 

Siguieron la vía hasta la locomotora y se subieron a la pasarela. Herrumbre y pintura descamada. Entraron a la cabina y el hombre sopló la ceniza que tapizaba el asiento del maquinista y puso al chico a los mandos (…) Hizo ruidos de tren y de sirena diesel pero no estaba seguro de qué podían significar para el chico esos ruidos (p. 134).

 

El relato fundamental de esta novela es el viaje de iniciación del pequeño, cuya inocencia infantil se irá desvaneciendo ante el absurdo y la rudeza de un universo que intenta sobrevivir entre la desolación del caos. Las cosas ya no son iguales que antes, pero el hijo también desconoce ese “antes”, y al padre le duele tanto recordarlo que prefiere obviarlo, deshacerse de un mundo precedente que ya se desdibuja como las viejas reminiscencias: “A veces el niño le hacía preguntas acerca del mundo que para él no era ni siquiera un recuerdo. Se esforzaba mucho para responder. No existe pasado” (p. 45).

 

El sur, una incierta posibilidad de destino del viaje de estos dos caminantes, no es más que una medida de postergación del siempre inminente final, sobre todo para el padre, que, enfermo, deberá guiar a su hijo en la búsqueda de un mejor lugar. El final de la novela es bastante predecible, sin embargo Cormac McCarthy se vale de buenos artilugios para mantener al lector recorriendo La carretera por sus solitarias y largas extensiones y sus oscuros vacíos. Tales artilugios se pueden resumir en la precisión de la escritura de McCarthy, en la que se destaca una narración sin excesos, completamente centrada; el acertado manejo de los personajes en un proceso de maduración que se puede registrar de principio a fin, sobre todo en el personaje del niño; y el buen empleo de un recurso notablemente fílmico: el suspenso. Durante el recorrido de padre e hijo estaremos expectantes de los peligros que los acechan en un mundo sin mar azul, con un cielo de ceniza.

 

Carolina Lozada

Ilustración: Fotograma de la adaptación fílmica de la novela de McCarthy,  “The road”, de John Hillcoat 

sábado, 13 de diciembre de 2008

Pedir demasiado. Victoria de Stefano

Pedir demasiado (Caracas: Fundación Bigott, 2004) de Victoria de Stefano no es una novela de grandes anécdotas y acciones imbricadas; al contrario, es una novela breve, con una historia escueta, sencilla, casi simple, pero al mismo tiempo es un libro complejo que explora lo humano, el devenir cotidiano. La historia de Pedir demasiado se centra en la vida de Manuel, un hombre mayor, y sus reflexiones sobre sí mismo, las miradas sobre el pasado y el presente personal, su difícil relación con Marcia, su hermana adinerada, y la relación con su hija Denise, quien se encuentra refugiada en su habitación, tratando de mitigar el dolor ante la trágica muerte de su prometido. Toda la acción de este libro transcurre en un día y unas horas más, a raíz de la llamada de Marcia a Manuel en la que le informa acerca de un fideicomiso que recibirán él y Denise, y cuya posible materialización les permitirá a ambos pensar en una vida más holgada.

El accionar de la novela es lento, pero fluido, los acontecimientos son cautelosos, con momentos detenidos que permiten la irrupción de exploraciones en la memoria pasada del personaje y con detenciones en el presente, en la observación de lo circundante, del tiempo que está transcurriendo:

El futuro no era más que un comienzo sin fin: pasado, presente y las liebres de la vida que por cualquier lado podían saltar. El futuro era un pozo cegado al que sólo se podía conocer como pauta de lo figurado en el emporio de la imaginación. El pasado era largo y más que largo pesado, mientras el presente, del cual dependía todo futuro y sobre el que gravitaba todo pasado, era un entretanto de apelmazados instantes pronto difuntos (p. 123).

La voz narradora sutilmente se entromete en ese fluido de pensamientos de los que no escapa la inquietante curiosidad en torno a la cosa amorosa, a través de la presencia de la mujer de la floristería que frecuenta Manuel y la empatía que surge entre ambos. El amor es tratado en este libro como una incierta posibilidad satelital que gira alrededor de la vida de Manuel. El amor tocando la puerta de un hombre que ya se ha acostumbrado a estar solo. El amor como incertidumbre, pero sin amargura, al contrario, una posibilidad con recatado optimismo:

De cualquier modo, si las cosas no ocurrían como deseaba y esperaba, si todas sus expectativas eran burladas y las cosas no mejoraban, le sobraría tiempo, mucho tiempo, para volver a su viejo amor por los desafíos musicales. Tiempo, mucho tiempo (pp. 129-130).

A partir de la cotidianidad de Manuel, irrumpida por un factor sorpresa, el anunciado fideicomiso, Victoria de Stefano arma su novela sin grandes aspavientos, ni pretendidos factores sorpresa dentro de la trama. Sin embargo, y a pesar de la aparente simplicidad, la escritora logra entrever el constante preguntarse sobre lo humano, una reflexión ontológica que pareciera natural en su condición de estudiosa egresada de la Escuela de Filosofía.

Desde mi punto de vista, lo mejor logrado de esta novela no es la historia en sí, sino la capacidad narrativa de la escritora. Victoria de Stefano es poseedora de un dominio narrativo que puede llegar a momentos de una riqueza sublime. Tan cierta es esta aseveración que el lector puede olvidarse de la monótona historia de un hombre en un tránsito de su vida, en el que se pregunta por esa frágil distancia entre el triunfo y el fracaso. El lector puede quedar suspendido entre esas construcciones narrativas que de Stefano logra armar con soltura y elegancia. Los ejemplos de esta certeza abundan en el texto, al punto que sólo es necesario detenerse en cualquier página al azar para encontrar pruebas de la altura de su prosa:

Después de que sus pisadas se extinguieran en la alfombra, el silencio y las tinieblas se fundieron de un solo golpe. De conformidad con la tibieza que se propagaba por el cuarto, su cuerpo, su mismo cuerpo agobiado por el cansancio, se estaba yendo. Todo tan efímero, tan fútil, tan superfluo… Ese estarse ahí en la cobarde disposición de sumirse en la cámara oscura del sueño, de la que se acusaba y acusaría culpable siempre. Ese estarse ahí dándose la vuelta hacia otra parte, aprestándose a rodar de escalón en escalón, cayendo más lejos y más debajo de donde el dolor, al menos por unas horas, pudiera alcanzarla (p.26).

Tal destreza hace de Victoria de Stefano una particularidad en el universo narrativo venezolano, tan generalmente descuidado en el manejo de la prosa.

Carolina Lozada
Ilustración: “Estructura urbana” de Luis Medina Manso

viernes, 12 de diciembre de 2008

Premio



La reseña escrita por Carolina Lozada sobre la novela La tarea del testigo (Caracas: El perro y la rana, 2007) de Rubi Guerra, resultó ganadora en el II Concurso de Reseñas organizado por el equipo de ReLectura y el Grupo Editorial Santillana. Dicha reseña puede ser leída en el foro de ReLectura (http://www.relectura.org/myphpBB2/viewtopic.php?t=640) y en una próxima edición del Papel literario del diario El Nacional.