martes, 19 de enero de 2010

Las mujeres de Silda Cordoliani


El epígrafe de Djuna Barnes, “El recuerdo del pasado es todo el futuro que nos queda”, que abre El lugar del corazón (Caracas: Bid & Co, 2008), de Silda Cordoliani, queda muy acorde con la tonalidad temática y con la atmósfera retrospectiva de la que se vale la escritora para construir sus historias, siendo éstas narradas en su totalidad por voces femeninas que se reinventan en tiempos, espacios, amores, y soledades anónimas y cotidianas. Tal vez el mejor relato del conjunto, “Babilonia”, sincretiza una muestra del andamiaje narrativo de Cordoliani. En “Babilonia”, una voz femenina y lejana cuenta en primera persona los preparativos a los cuales es sometida una jovencita, cuya virginidad será ofrecida en el templo de la diosa Isthar:

El día que la sangre manchó mi túnica, Antra, la vieja esclava de mi madre, se ocupó de los preparativos. Bajo sus órdenes las esclavas doblaron y guardaron cuidadosamente mis vestidos mancillados; prepararon el baño de hierbas frescas, me lavaron con empeño y luego me ungieron con los aceites que solían usar mis hermanas mayores. Cuando el sol se ocultó, salí de la habitación de mi niñez adonde nunca más volvería (p.140).

La imposibilidad amorosa, el tiempo que pasa, pero que se queda como presencia de rastros omnipresentes. La memoria que retiene esas ráfagas de lo transcurrido y las aviva en forma de rostros, sonidos marinos, imágenes nocturnas, voces y recuerdos que no se terminan de gastar son parte del material orgánico con el que está armado este cuento y buena parte del resto de los relatos que constituyen El lugar del corazón:

Tuve miedo del hombre, de la desesperación que mostraba y también de toda aquella historia de siquiatras y clínicas de reposo (…) pero más miedo tuve de mí, porque dudé, porque sí hubo un instante en que mis ojos buscaron ansiosos las llaves y en que mi corazón saltó de gozo. Recuerdo, eso sí y exactamente, la fecha de esa madrugada en que oculta tras la persiana de mi cuarto a oscuras observé cómo se alejaba, aprisa y tambaleando, vencido para siempre (“Verdades, mentiras y silencios”, p. 49).

Los personajes femeninos de Silda Cordoliani son sujetos sumidos en un constante dilema entre el presente y el pasado. Ellas viven en tránsito entre un presente movedizo, sin asidero y un pasado compuesto de secretos, con la cerradura y heridas abiertas. Estos personajes son seres que reflexionan desde el mundo íntimo y sobre el mundo del afuera, público y expuesto, desde la particularidad de su condición genérica. Son ellas independientes, pero al mismo tiempo están arropadas por la angustia y el desamparo. De este modo, las mujeres de Cordoliani se observan a sí mismas, y a la vida, desde una ventana que hace frontera entre el pasado y el presente, y a partir de su presente van registrando las alegrías, quiebres, inutilidades y desengaños que se cosechan en los caminos del ayer–hoy:

Ahora, sin un solo centímetro de superficie disponible para otro abertura, rodeada, atosigada por lo que fue o pudo haber sido, la mujer desnuda no halla por dónde escapar de la pesadilla que ella misma ha construido este día y a lo largo de toda su vida, cómo huir de ese espacio insalubre que la agobia, de las carnes de un cuerpo que el tiempo ha convertido en masa miserable (“La mujer y la ventana”, p.108).

Algunos de sus cuentos asumen entonaciones líricas, sobre todo los que recrean especies de soliloquios, reflexiones íntimas. Un buen ejemplo de esto lo demuestran textos como “Babilonia”, “El lugar del corazón”, “La mujer y la ventana”; mientras que en “Verdades, mentiras y silencios”, “El don”, y “El sueño de Anabella” se nota una mayor preocupación de la autora por contar la anécdota más allá de un empeño sobre la prosa. En ese sentido, los dos últimos cuentos nombrados son, a mi parecer, lo más débiles del libro.

Además de la voz femenina existe otro rasgo más de uniformidad y constancia en el libro de Silda Cordoliani: en todo él se respira el desaliento del fracaso. El derrumbe de las ilusiones de la juventud, el quiebre de las luchas sociales, que dejó a una juventud huérfana y frustrada frente a un futuro poco promisorio: “un futuro que – volvía a entender entonces – parecía estar negado a los habitantes del Caribe” (p.15).

Inscritas en un abismal presente, refugiadas en voces esclavas y pasadas, perseguidas por los desencuentros del ayer, las mujeres de Silda Cordoliani entienden que los los lugares del corazón también puede ser suelos minados.

Carolina Lozada

Ilustración: “El beso”, René Magritte

lunes, 11 de enero de 2010

Edda Armas: el tallo

“Tómala por el tallo / y así bésala simple / así desnuda como se presenta // puesto que el alma tiene sus reversos / graves sonidos / que conocen muy pocos” (p. 114). Estos versos los conseguimos en uno de los últimos textos del libro Toma lo simple por el tallo (Caracas: Equinoccio/Universidad Simón Bolívar, 2009), de Edda Armas. La materia del poema, lo mismo que el contenido del libro, abarca un registro de sonidos desiguales venidos de la intimidad y de la cotidianidad de la autora, que se esclarecen en la mirada de la poeta al punto de volverlos música. El libro, por ende, podría llegar a ser el equivalente en papel de una sinfonía, aunque en el caso de Armas sería una forma de sinfonía de lo micro, del detalle, cercana a lo mínimo. No es casual que las partes que conforman la arquitectura del libro hagan referencia al ámbito musical: Andante, Adagio, Vivace, Rondó, Dueto y Fuga.

Los textos de Toma lo simple por el tallo responden a esa intención musical, en cuanto se construyen con un lenguaje de referentes desvanecidos o depurados, pero también como consecuencia de ir cercando el lenguaje hasta quedarse con lo esencial (una reducción de fronteras que también abarca los motivos de los versos, que ven en lo macro material excedente y estéril). De allí que la primera línea del libro sea: “llegar hasta lo mínimo y abrirse paso / ser lo pasajero, lo que se va” (p. 23). Tomar lo “simple”, ese conjunto de sonidos que el día a día arroja en sus prácticas y de sus rincones silenciosos como principio de composición estética.

La naturaleza de estos poemas está orientada a reproducir, por medio del asombro que apunta siempre hacia lo minúsculo, los sonidos del alma; es decir, su música particular. Un paisaje interior, por ejemplo, se manifiesta por medio del dialogo con un florero: “al colocarlas [las flores] sobre la mesa en casa / para librarnos de la soledad. / No sé, aún, si por frágiles o eternas” (p. 27). Esta virtud por la cual el detalle y lo pequeño poseen un campo de acción que abarca los diferentes matices de la condición humana, se mantiene en muchos textos. La advertencia de este esquema aparece en el primer poema, donde la autora nos dice: “la otra realidad que también oirás / en la sala de grillos” (p. 13). La experiencia (y por extensión el alma, sus gemidos o suspiros, los recuerdos que se avivan en ella y evitan las generalidades) se manifiesta en términos de flores o incluso de semillas: “la oliva quizá sea sólo semilla (…) pero ella volvería entera / porque el corazón / escucha su memoria y hoy / en tu nombre yo la evoco” (p. 89).

Si bien el campo temático se dispersa por hacer más referencia al propio lenguaje, en algunos textos se despliega un amplio espectro de emociones. Esa variedad se mantiene enlazada por medio de un motivo recurrente que, por su naturaleza y reiteración, parece encarnar el núcleo del libro: el amor. Los diversos rostros de este misterio se van hilvanando a lo largo del libro hasta conformar un cuerpo unitario en conjunción con la sinfonía particular hecha por Armas. En efecto, estos textos, nacidos bajo el impulso amoroso, desgarran sutilmente el prístino silencio, pero sin aislarlo completamente del poema: “De la palabra que quiere hacerse en ti y para ti / Buscar la sombra para tendernos eso quiero amor (…) El despertar temprano embriagados de música / Sólo el viento y la lluvia nos seducen / y allí seré otro tanto para amarte” (p. 72). La poeta en variados textos celebra la inagotable fuerza del amor que le permite ver los detalles de su intimidad y cotidianidad como objetos musicales, es decir, como otra realidad; por eso escribe: “atrapa con voracidad / lo que aún te enamora” (p. 58). Y en otras líneas, bajo otra inflexión de este sentimiento, declara: “llama entornada / risco y polen / del más torcido nudo / voluntariamente dos” (p. 55).

Toma lo simple por el tallo es un libro capaz de llegar a los íntimos vericuetos de la cotidianidad, gozando de un lirismo decantado, hasta el punto de omitir signos ortográficos y evitar los textos de largo aliento. Poemas de espaldas a lo grandilocuente, pero que encarnan una música vasta, líneas que no son simples proposiciones probables sino hechos, alzados y construidos con imágenes precisas que exigen menos malabarismos retóricos y más audacia en sus sugerencias. En fin, textos con una elección eficaz de los motivos y escritura donde las nubes, los grillos, las flores o el mar, matizados por el amor, corresponden a una capacidad admirable de reunir lo disperso y olvidado.


Jairo Rojas
Ilustración: “Tulpenabstraktion”, Beate Steinebach