domingo, 2 de noviembre de 2008

Entre el cuerpo y el mar: la poesía de María Calcaño




La edición de la Obra poética completa de María Calcaño (Caracas: Monte Ávila, 2008) contiene suficientes hallazgos y caídas como para representar con exactitud una carrera. Esa combinación no es inusual, por supuesto: toda compilación de todo lo escrito revela siempre una confusa idea de la literatura, los momentos en que una tradición se continúa o se mina, los hitos de una era, la previsión de una poética o futura o imposible, la certidumbre y el cansancio. La poesía de Calcaño demuestra que tales movimientos pueden informar un mismo libro, y así deniega cualquier razón positivista de un cuerpo literario—lo que en una página podría haberse leído como avance, en la siguiente queda refutado. En ese sentido, este volumen tiene la maleabilidad de aquello que no ha sido cristalizado en un canon parcial y defectuoso ni en una reputación definitiva.

La sección de los libros inéditos permite aseverar que la autora (1906-1956) ya escribía a los catorce años: Anotaciones y otros fragmentos tiene como fecha de origen 1920. Hasta 1940 Calcaño trabajó en esas líneas, algunas suficientemente completas para considerarse poemas, o aforismos sin faltas, o conmovedoras sospechas sin necesidad de desarrollo. Una que otra vez, los versos saben combinar el humor con algo de atenuada crítica social: “Vestía de azul/y llevaba muchos cosméticos./Era como un cielo con arrugas” (240). Para una mujer que repetidamente declara entregarse al amor con naturalidad, el exceso visual es una saña impuesta por las convenciones; a ella le basta, en sus poemas, sólo cuerpo desnudo de artificios. A veces, la concisión es elocuente y abrevia algunas tramas y obsesiones: “¿Por cuáles filtros habrá llegado el mar/al corazón de las rocas?” O en otro similar: “¿Qué de dónde vengo?/¿Y el mar?” (232). La insinuada genealogía es como el espejo de otros poemas de todos los libros de Calcaño; entre ellos, varios incluidos en Entre la luna y los hombres (1961), en especial “Por el bello fauno arrebatada”:

Persiguiendo unas algas
me alejo de la playa.
La mañana se queda pendiente
De mis ojos.

Una alta ola
me alcanza todo el mar.
Y ha invadido el mar mi selva
con su cristal crujiente y deshilvanado.

Arrebatada por el más bello fauno,
que no soñó la tierra,
¡me doy un susto de azul inmenso!

¡Toda abrazos, toda vida,
toda aliento!

Estoy como un mar
como se está con un hombre
(166)

Lo interesante de esa sección es la imposibilidad de saber qué se escribió en qué tiempo. La coherencia temática de María Calcaño es así una forma de fidelidad a la persona conjeturablemente esencial, capaz de transformar algunas imágenes en señal autobiográfica. En el universo de esa persistencia, el erotismo es, apenas, una faz, no materia absoluta—como Cósimo Mandrillo lo dice en el prólogo. En el texto citado, por ejemplo, la conciencia de la sensualidad es apenas oblicuamente genital: el sentimiento de goce parece relacionarse más con la idea de participación en la naturaleza, en una ligadura que puede describirse como vaga reiteración de los sexos, pero sin apostarse del todo en esa descripción. La simetría entre esa observación del paisaje marino y lo que se comenta en otras páginas sobre hombre y mujer es más bien un mecanismo mnemotécnico: con él Calcaño manifiesta un modelo de relación que debe servir como pedagogía. De esa manera, la correspondencia se convierte en instrumento simultáneamente psicológico y retórico, alude a la vez a una historia emocional y a un principio de escritura. En otra parte de Entre la luna y los hombres, Calcaño expone un fundamento: “Es amor (..) Envejeciendo junto a los árboles/me dispersaré/sin perder este júbilo” (151). Ese “Poema del destino fundamental” enumera delirios, carne, desatinos, muslos, gozo, regazo, niños, pero en ese inventario no entran los amantes: la omisión de los hombres creo que prueba la expansión del erotismo privado y el contenido del volumen.

Hay unos textos muy cortos en Alas fatales (1939), el primer libro de Calcaño, de una importancia capital. El índice de esta colección los omite, como si fueran apéndices bizarros o inefables—supongo que los excluye también la edición original. O son poemas o capitulaciones. Al principio jugué a ponerlos juntos hasta formar un orbe dividido:

Yo
(Ceniza, fuego, astro, canto
o flor. Mi dolor y mis sueños. Yo)
(5)
Ahora
(Fruta madura, por el sol del mediodía.
El amor en sazón.
Racimo grávido sobre la boca ansiosa)
(11)
Después
(Misterio. Sombra. Nada. De esta ocasión arcana,
brotará la Vida)
(45)
El tiempo inmenso
(la carne nueva temblará como la
primavera, en un árbol florecido)
(57)
Cualquier tiempo
(el dolor es firme. La ilusión es móvil.
En el espejo de las horas se reflejan el cielo estrellado,
la noche sin aurora…)
(73)

Como creación fragmentada y dispersa, esas estrofas tienen enorme sentido: en ella vemos la inmersión de la voz en la cadena que componen el presente, el porvenir, la utopía y la disolución. La forma del texto sería diferente a la de otros de Calcaño, que en general combina los descubrimientos de la modernidad literaria con algunas rimas fáciles, versos breves con otros suficientemente largos, cierta banalidad con cierta conmoción. En esta Obra poética completa sólo hay un poema, inédito hasta ahora, que se aproximaría a la primicia de estas líneas:

También esta sangre
viciosa, pervertida y torturada
que salió de una vena,
por la cual transitan más billones
de vidas en milímetros
media de un planeta a otro
pone su recuerdo escarlata
como un indicio terrible
en la complicidad capital
de este expediente aterrador
(313)

Basta aquí la ausencia de algunos signos ortográficos y un ritmo casi prosaico para conformar un acto novedoso. Pero una segunda lectura de aquellas estrofas, separadas de nuevo, parece indicar que más bien son capitulaciones. Cada una de ellas introduce un gran contenido: las definiciones de sí misma, la pasión de la pareja, la maternidad, la muerte, asuntos misceláneos. Esa interpretación ayuda a refutar la leyenda de univocidad de la poesía de Calcaño. La estructura de Alas fatales es, entonces, la perfecta metonimia de este libro y sus complejidades.


Luis Moreno Villamediana




Ilustración: “Sunrise with Sea Monsters”, J. M. W. Turner

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Luis, gracias por compartir algo acerca de esta poeta. Como podrás imaginar (asumo que no solo para mí) es desconocida en Costa Rica.

He buscado algunos poemas suyos. También, me encontré por ahí esto de tu compatriota, Jorge:

http://jorgeletralia.blogsome.com/2005/06/06/maria-calcano-contra-la-naftalina/

Así, mi primera impresión, es que como ellas hubo muchas, y en Costa Rica, a lo mejor se podría comparar su historia con la de Eunice Odio: mujeres valientes en una época difícil, que no les perdonó que escribieran.

Saludos.

Carolina Lozada / Luis Moreno Villamediana dijo...

Gustavo:

La verdad es que María Calcaño es incluso bastante desconocida en Venezuela. Hace poco más de mes y medio estuve en Caracas y allá algunas personas me preguntaron por este libro, justamente, publicado en… Caracas. Aquí en Mérida no he vuelto a verlo desde que lo compré. Estamos hablando de un libro reciente publicado por la editorial más importante del Estado. Espero que desde entonces la distribución haya mejorado. Antes de este volumen, la editorial de la Universidad del Zulia publicó una antología hace 25 años, de alcance limitado. Todo esto te hará suponer, apropiadamente, que Calcaño no es parte aún del canon de la poesía venezolana.

Calcaño, sí, tuvo una vida difícil. Me han dicho que sus diarios habrán de salir pronto, y que allí hay historias pavorosas de su infancia y de tiempos posteriores. Pero sobre ella, al parecer, se ha creado también una leyenda, según informa Cósimo Mandrillo, el prologuista de esta compilación y uno de los mayores estudiosos de la obra de Calcaño. Cito esta frase suya: “Se inventó a una muchacha con un sobresaliente espíritu rebelde (…) La realidad se parece más a esto: un matrimonio, sí, con un hombre mayor del cual nacen seis hijos, una separación forzada en buena parte por el alcoholismo del marido y, de allí en adelante, una nueva relación amorosa que si bien es probable que no se formalizara legalmente, no dejó por ello de ser, como en efecto fue, perfectamente normal y asentada” (vii-viii).

Se dice que al salir su primer libro, “Alas fatales” (1939), hubo un rechazo general del contenido erótico del libro, pero esto tampoco ha podido verificarse del todo. (En esto sigo los comentarios de Mandrillo, no es algo que yo haya investigado.) Sin embargo, no hay duda de que sus poemas no siguen las líneas tradicionales de la poesía venezolana de ese tiempo y de que su valentía es incuestionable.

Sé que no me has puesto a elegir, que no tendría que elegir, que hasta es injusto hacerlo, pero lo cierto es que la poesía de Eunice Odio me interesa más (debes saber, claro, que aquí se publicó una importante antología de la obra de Odio debido a los oficios de Juan Liscano).

Maamkio.

Anónimo dijo...

Parece muy sano esto de limpiar un poco esas historias grandilocuentes, que en muchos casos a lo mejor fueron más anodinas que cualquier otra.

De todos modos, la vida de un autor, considero, nada tiene que ver con su obra.

¡Qué bueno saber que Eunice es conocida por allá! Realmente es una gran escritora.

¿Cuáles otros autores costarricenses conocés?

Si me devolvieras la pregunta (y tenés todo el derecho), de una vez digo que a ninguno, o al menos que ahora recuerde (sin contar a Bello, Gallegos y Uslar Pietri). Eso no es para celebrar, pero tampoco es culpa tuya o mía. Son circunstancias, que eventualmente pueden ir salvándose gracias al diálogo, que siempre abre posibilidades.

Maamkio.

Carolina Lozada / Luis Moreno Villamediana dijo...

Con pena debo decirte, Gustavo, que no he leído ningún otro autor costarricense. El caso de Eunice Odio es excepcional, ella contribuía en la revista Zona Franca, dirigida por Liscano: eso hizo posible que se publicara aquí su antología. Otros escritores no han tenido esa suerte, me temo. En general, es poquísimo lo que sabemos por estos pagos de lo que se escribe en Centroamérica (los nombres que te imaginarás, en especial algunos nicaragüenses, son más bien la excepción). Como lo dices, esas circunstancias lentamente van cambiando con diálogos como éste: así se inician la curiosidad y la familiaridad.

Maamkio.

J. L. Maldonado dijo...

Ejemplar reseña sobre Calcaño, desconocida en Costa Rica y también en Venezuela (por el comentario de Asterión). Recientemente tuve el gusto de leer su antología (la cual referí en mi blog) y es admirable que en el contexto en que vivió haya hecho su poesía. Presumo que tuvo una vida complicada gracias al entorno socio-político y machista en que vivió, en donde la mujer quedaba relegada a un lado. Sin embargo, allí está su trabajo. Como dijo el poeta Alexis Romero, "María Calcaño es la madre de todas las poetas venezolanas".

Carolina Lozada / Luis Moreno Villamediana dijo...

Amigo Maldonado:
Es cierto, no fue fácil para María Calcaño, pero como a veces la justicia poética existe, ya tenemos su obra. Claro, falta mayor difusión, al parecer a las librerías llegaron muy pocos ejemplares y en algunos lugares ni siquiera llegaron.
En medio sus altibajos como escritora, Calcaño merece ser leída, revisada, estudiada, comentada.
Muchas gracias por la visita