viernes, 25 de febrero de 2011

O todo se está escribiendo o ya ha sido escrito

1.

Por supuesto, la idea no es nada nueva, y quizás se remonte al preciso momento en que alguien, por primera vez, fue capaz de transcribir (de hacer escritura) algún relato oral. En ese momento dejamos de ser simplemente obra del sueño o de la imaginación divina para convertirnos en su escritura. El gran Borges adjudica a Thomas Carlyle una muy lúcida y sintética referencia al respecto: “La historia universal es una Escritura Sagrada que desciframos y escribimos inciertamente, y en la que también nos escriben”.

Una intriga, aparentemente paralela a la (o las) de la trama, surge en las primeras páginas de Bajo las hojas (Caracas: Alfaguara, 2010), de Israel Centeno, y llama la atención del lector para sustraerlo de la cómoda ficción. ¡Epa! −dice uno−, esto no es un simple guiño del narrador; más allá de Julio y su desazón, aquí hay un “nosotros” pidiendo atención, diciendo que no lo descuidemos porque son “ellos” quienes tienen la rienda de esta historia, los que la están contando.

Así, a medida que transcurre la lectura, esa primera persona del plural se nos irá revelando como un equipo de relatores, cuyos miembros bien pueden formar parte o no de las tantas voces que encontramos en la novela. Ese “nosotros” irá ocupando más y más espacio, tomando más y más poder: de simple narrador omnisciente, conocedor del presente, pasado y futuro de los personajes, pasará también a convertirse en un ente controlador de las psiquis, capaz de cambiar pensamientos y acciones con tan sólo un plumazo (¡nunca mejor dicho!). Y con semejante poder es lógico deducir que a la potestad de este nosotros omnisciente, supremo, se encuentra la posibilidad de manipular conciencias y tergiversar hechos, de “alterar el signo, desplazarlo, ponerlo no donde le es propio, sino donde debe estar para que la historia funcione”.

Si me siguen, algunos podrían concluir que aquí se trata simplemente del poder propio (la gracia divina) de un creador de historias, del narrador literario. Otros, hilando un poco más fino, se habrán remitido a “el libro de la vida”, a las Moiras, a eso de que nuestro destino se encuentra escrito y rubricado. Y no faltarán aquellos, que demasiado atribulados por la cotidianidad del país que nos corresponde, hayan hecho una asociación más prosaica e inmediata, porque esto de alterar el signo para que la historia funcione como que tiene mucho que ver con la realidad que nos circunda.

Sí, valen todas estas posibilidades en Bajo las hojas y algunas más; dejan de ser, vuelven a ser y son a lo largo de esta novela, obra de un autor a quien para nada le interesan las verdades absolutas y mucho menos los enigmas con soluciones precisas, cerradas.

Lo que le interesa a Centeno es la literatura, arriesgarse en este caso, a través de sus relatores −que terminan por confluir en un único relator, punta más alta, “vórtice de la pirámide”−, a un magistral ejercicio de metaficción mostrando el entramado de la creación que tenemos entre manos mientras ésta se construye. Siendo así, resulta inevitable que el lector se sienta obligado a participar de una constante reflexión sobre el hecho narrativo y sobre la literatura como un exigente oficio capaz de organizar el mundo.

En este sentido, Bajo las hojas entraña una verdadera lección de elaboración literaria.

2.

Centeno ha declarado: “Mi literatura va a la par de la historia de mi país”. Y pienso que esta frase puede ser considerada principio fundamental de su poética de autor.

En una época en que ciertas palabras se encuentran tan desprestigiadas, es posible que esto que voy a afirmar no le agrade mucho al autor, es posible también que algunos de sus más fervientes y jóvenes lectores lo rechacen de plano, pero igual lo digo, porque estoy convencida de que en el panorama de la literatura venezolana contemporánea no existe una obra más “comprometida” que la de Israel Centeno. Su firme y honrada posición ante los acontecimientos sociales y políticos que le han correspondido −una posición evidente tanto en su vida como en su literatura− ha sido siempre propia de un militante, sólo que su ideología no corresponde a ningún partido posible y mucho menos pretende, a través de su literatura, convencer a nadie de nada, de nada que vaya más allá de la literatura misma. Y es que en este autor la preocupación política es una preocupación ontológica. El compromiso surge de la angustia vital, nunca de un sentido de responsabilidad.

Desde la ya lejana primera edición de Calletania en 1992, hemos visto plasmado en todos sus libros lo más abyecto de un sistema que no para en su descenso hacia el abismo. Pocos de sus textos se libran de personajes que llevan sobre sí el enorme peso de un pasado político que ha determinado su vida de derrotados y marginales o de corruptos, traidores y asesinos.

Bajo las hojas no sólo no es la excepción, más bien es su justo compendio. En medio de una historia que se mueve magistralmente en las aguas encontradas de distintos géneros y subgéneros narrativos −cosa a la que el autor ya nos tiene acostumbrados y por lo que su obra muy bien se ubica en el terreno de la llamada posmodernidad−, nada aquí resulta independiente del telón de fondo, el oscuro entramado político de un país donde se desarrolla la ficción y donde, lamentablemente, también nosotros nos movemos en la realidad, de allí que nos resulte muy fácil reconocer algunos acontecimientos de los cuales incluso muchos fuimos partícipes.

Desde el montaje del asesinato de María Inmaculada, foco propulsor de la novela, hasta las más nimias acciones y aun gestos de esos personajes que se debaten entre la realidad y el delirio, entre ser humanos o bestias, todo, absolutamente todo parece estar determinado por una impenetrable entidad que desde el más alto poder somete y rige los destinos, y a la que podemos llamar, por ejemplo, “Inteligencia Móvil”.

3.

De alguna manera el puzle formal y anecdótico con que se encuentra el lector en las novelas de Centeno (y de allí que el crítico español Luis Alonso Girgado califique su escritura de “literatura difícil y por ello arriesgada […] que precisa de un lector que sea un escrutador atento y activo frente al lenguaje, la prosa”), cada uno de esos puzles −decía− son a su vez parte de uno más amplio, el de su obra narrativa completa hasta ahora publicada.

Se dice que de una u otra forma todo escritor escribe siempre el mismo libro o, si se prefiere, va creando con sus libros capítulos de un libro único que es finalmente su obra. No obstante, en algunos casos esto resulta tan evidente, adquiere tanta importancia y trascendencia, que termina constituyendo un aspecto ineludible en el momento en que ese autor debe ser estudiado o comentado. Son escritores que van forjando paso a paso un muy personal ámbito ficticio que los hace inconfundibles más allá del estilo o de las anécdotas.

Y más allá del depurado estilo de Israel Centeno o de las constantes temáticas, sus obsesiones lo han llevado a construir un universo de imágenes siempre perturbadoras que transitan de un libro a otro sin temor a la reincidencia, afinándose, transmutándose, aportando nuevas claves y creando nuevas incógnitas y sorpresas.

Todo ello se hace abiertamente explícito a partir del cuarto libro, Exilio en Bowery, con el que inicia un ciclo narrativo que el mismo autor (creo) ha calificado como “del exilio” y donde se complace en recrear elementos y atmósfera propios de la literatura gótica: noches, cementerios, vampiros, hombres lobo o licaones, ese raro animal que Centeno rescata de las sabanas africanas para incorporarlo a su particular simbología convertido en perra amarilla.

Tampoco pueden faltar los dobles y los pactos siniestros, que en el caso de Bajo las hojas toman especial relevancia y por eso vale la pena comentarlos brevemente.

· EL DOBLE. En María Inmaculada existe Victoria, esa “otra persona” que ella siempre jugó a ser, o que “jugaba a ser ella”. María Inmaculada, la joven cofrade de los Argonautas Junguianos de los Últimos Días que conocemos en Caracas, tiene su doble en Victoria, la compañera de Julio en Londres. Dos caras de la misma moneda que protagonizan sin embargo momentos distintos en espacios distintos, procurando así un juego constante de ambigüedad o de otredad.

· El PACTO. Manifiestos o tácitos, son varios los pactos que se crean (y se violan) en el transcurso de esta novela, pero el más importante de todos y sin el cual Bajo las hojas no existiría, tiene que ver con un narrador que vende no su alma, sino su talento; que lo vende no al diablo, sino a uno de sus peores sucedáneos tal vez, el poder. Julio, protagonista principal, atormentado creador de historias que sueña “con escribir la gran novela” para dejar de ser un “escritor inexistente”, acepta un extraño “trabajo literario” encomendado por el alto gobierno que le permitirá salir de sus problemas económicos para siempre, convirtiéndose así en uno más de los relatores. ¿Sabe Julio lo que hace?, suponemos que no, porque en algún momento decidirá infringir su compromiso tratando de alterar la trama prevista, aunque se sepa ya perdido. Hecho el pacto no hay vuelta atrás: “nadie retorna al día”.

Israel Centeno no es autor que ceda un ápice de Literatura (Literatura con mayúscula) en procura de público. Bajo las hojas es un reto al lector, quien una vez atrapado por su prosa llegará ansioso de respuestas hasta el final. Cuando cierre el libro será un admirador más de una de las novelas más originales y fascinantes de la literatura actual.

Silda Cordoliani

*Texto leído en la presentación de la novela Bajo las hojas

Ilustración: “La virgen de la leche en polvo”, Nelson Garrido

1 comentario:

LectorMetalico dijo...

Es mi actual lectura ya casi culminada, totalmente de acuerdo con las palabras expuestas sobre esta obra maravillosa, una historia construida que enaltece a su autor.