jueves, 4 de junio de 2009

El corazón y La enfermedad de Barrera Tyszka


Andrés Miranda estaba acostumbrado a diagnosticar pacientes terminales. La enfermedad era para este médico un asunto cotidiano, profesional y al mismo tiempo ajeno. Lo era hasta que del servicio de radiología le entregaron los resultados de los exámenes hechos a su padre. A partir de entonces, a Andrés se le murieron las palabras en la boca, se le acobardó el diagnostico médico. Desde que vio la mueca fría del radiólogo frente a un sobre cerrado y premonitorio, Andrés comenzó a habitar su propia isla de silencio mientras observaba cómo su padre naufragaba en el mar que conduce a la muerte.

La enfermedad, de Alberto Barrera Tyszka, novela ganadora del Premio Herralde 2006, está escrita desde la fragilidad del hombre ante lo inevitable. El autor concentra el pánico a la muerte en Andrés Miranda, quien en su desespero busca el vano amparo de la infancia, esa época en que los miedos son anclados en los sólidos arrecifes paternos. Pero el pasado se vuelve en su contra y Andrés comprenderá, amargamente, que un viaje de regreso puede significar un encuentro de sombras que se quedaron mudas:

Los días que pasan en la isla no son lo que esperaba, no al menos para Andrés. Empezando incluso por el paisaje: no hay nada en la arena y en el mar que le recuerde la isla de su infancia (p.87).

Tanto en la poesía como en la narrativa de Barrera Tyszka hay un énfasis en los nexos hombre–palabra, muerte–silencio. Como poeta se detiene ante el precipicio final y reflexiona sobre “morir desnudos sobre las piedras o morir aferrados a una palabra muy querida”. Como narrador asume que, de cara a la fatalidad, el lenguaje se vuelve torpe y se deshace en su incapacidad para enfrentar el peor de los temores: el silencio. Y carcomido por ese miedo el padre moribundo se aferrará antes de partir a la mano del hijo: “Háblame—repite—. No dejes que me muera en silencio—dice”.  

En su primera novela También el corazón es un descuido (México: Plaza & Janés, 2001) Barrera Tyszka logra transformar la fatalidad en tragicomedia, la muerte en show mediático, la vida de un hombre casado en un trajín absurdo  y ridículo, la ausencia de palabras en desparpajo lingüístico. La novela, que se inicia con la misión encargada a Santiago Fernández, un periodista venezolano que deberá viajar a los Estados Unidos para cubrir la noticia de un crimen cometido por un compatriota apodado “El carnicero de Stonehill”,  mantendrá su hilo narrativo sostenido sobre los enredos en que se verá envuelto Fernández desde que sale del país.

También el corazón es un descuido está construida con personajes productos de estereotipos culturales —el cubano estridente, el latino lascivo y aprovechador, la gringa que busca el fogaje sexual caribeño y el venezolano melodramático y cursi—, toda una suerte de sujetos herederos de la telenovela y el bolero latinoamericanos. “Nadie en este mundo puede ser tan cursi como nosotros” —reflexiona Santiago Fernández— “siempre terminamos exportando también el invento de nuestros sentimentalismo”. 

Ambas novelas poseen grandes márgenes de diferencias, sobre todo en el tono empleado en cada una de ellas. La primera está escrita con mayor desparpajo, sus personajes son ridículos, un poco caricaturescos. El ritmo, al igual que el tono, es acelerado, alimentado por la intromisión de sorpresas y el manejo de acciones que juegan a burlarse de nuestros tótems culturales, como la anécdota del venezolano que prefiere tener sexo con mujeres feas y que hace de su preferencia estética todo un postulado a favor de la fealdad, algo paradójico en un sujeto perteneciente a una identidad cultural que se aferra a la belleza nacional como un valor patrio.

También el corazón es un descuido se nutre de situaciones absurdas, afines a los enredos de los sitcoms, y está salpicada por recursos  de la oralidad, en tanto que La enfermedad mantiene un tono ensimismado y está escrita con mayor detenimiento y recato discursivo. Sus acciones son pausadas, como suspendidas ante la espera del inevitable latido final. Sin embargo, ambas tienen un elemento en común: el humor. En También el corazón es un descuido, la confesión del “carnicero de Stonehill” nos entretiene con la sarta delirante de sus regodeos sexuales, y nos sorprende con los líos en los que se mete Santiago Fernández desde que asume otra identidad en un país extranjero. Asimismo, la atorrante personalidad de Farías, el abogado defensor del acusado, completa el cuadro de personajes un tanto desquiciados. Mientras que, paralelo al sufrimiento por la derrota del cáncer en La enfermedad, el autor introduce el personaje de Ernesto Durán, un paciente hipocondriaco que en su desvarío se dedica a escribir cartas y perseguir al médico que desistió de atender sus males. Los disparates del hipocondriaco salvan la novela de una tristeza profunda.

Con rastros de humor y desamparo frente lo irremediable, Alberto Barrera Tyszka escribe desde la reflexión de sus abrumados e inseguros personajes, buscando responder la pregunta imposible: “¿por qué nos cuesta tanto aceptar que la vida es una casualidad?”.

Carolina Lozada

Ilustración: “Dos figuras con un mono”, Francis Bacon

4 comentarios:

Nano dijo...

buen blog de literatura y muy inteeresante pasare a visitarte....ok

Carolina Lozada / Luis Moreno Villamediana dijo...

Hola, Nano, gracias por el apoyo.

Gustavo Valle dijo...

Muy buena reseña, Carolina. Consigues hilar en breves párrafos las dos novelas y hasta la poesía de Alberto.

Carolina Lozada / Luis Moreno Villamediana dijo...

Gustavo, me alegra haber podido lograr hablar de la obra de Barrera Tyszka en tan pocos caracteres, pero me alegra más aún que haya gustado.
Saludos,
Carolina