martes, 23 de diciembre de 2008

La carretera


Confieso que me acerqué a La carretera (Barcelona: Mondadori, 2007), de Cormac McCarthy, por un interés más fílmico que literario. Buscaba en este libro las señas de una road movie escrita, pero hallé algo más que un libro con un lenguaje cinematográfico evidente; encontré uno de esos autores egoístas que se posesionan de sus lectores. La historia de McCarthy es una sombría pesadilla sobre un mundo arrasado por alguna hecatombe nuclear en un tiempo impredecible. Un padre y su hijo son los sobrevivientes, junto a otros pocos habitantes, de la gran catástrofe, y ambos deambulan como sombras desgraciadas sobre caminos de cenizas buscando el sur, un improbable destino de anclaje, donde el tortuoso viaje a pie finalice y ellos puedan comenzar de nuevo.

 

El libro, al igual que las road movies, se desarrolla a lo largo de un tránsito de eventos y repeticiones vívidas sobre el espacio físico de la carretera. Hombre y niño huyen del mundo herrumbroso y de los oscuros sobrevivientes, quienes, bien sea empujados por el hambre o la locura de la destrucción, acechan los caminos. La carretera está escrita en una continuidad que no admite puntos de quiebre en capítulos; el autor se vale sólo de espacios en blanco, equivalente textual de los cortes en negro del cine. Y a pesar de correr el riesgo de la monotonía por la reiteración de situaciones donde se nos relata cómo el padre busca alimento, trata de abrigar  al pequeño y  mantenerlo calmado ante sus constantes temores, la novela logra colar temas fundamentales de la reflexión humana: el bien y el mal visto desde los ojos de un niño, la mutilación de la memoria colectiva producto de las destrucciones masivas, y esa cosa indefinible entre la culpa y la piedad. Retoma McCarthy, además, antiguos motivos de la búsqueda del hombre: el viaje iniciático fundacional y el motivo de Prometeo, el hombre que les roba el fuego a los dioses:

 

Y no nos va a pasar nada malo.

Desde luego que no.

Porque nosotros llevamos el fuego.

Así es. Porque llevamos el fuego (p. 65)

 

En esta historia, el niño representa el fin y el principio de un mismo mundo; muerte y precaria resurrección. El niño, sin los recuerdos inmediatos del mundo antes de la destrucción, sin las ceremonias del ayer, deberá armar su propia memoria a partir de los datos aportados por el padre en su calamitosa convivencia entre los escombros del viaje:

 

Siguieron la vía hasta la locomotora y se subieron a la pasarela. Herrumbre y pintura descamada. Entraron a la cabina y el hombre sopló la ceniza que tapizaba el asiento del maquinista y puso al chico a los mandos (…) Hizo ruidos de tren y de sirena diesel pero no estaba seguro de qué podían significar para el chico esos ruidos (p. 134).

 

El relato fundamental de esta novela es el viaje de iniciación del pequeño, cuya inocencia infantil se irá desvaneciendo ante el absurdo y la rudeza de un universo que intenta sobrevivir entre la desolación del caos. Las cosas ya no son iguales que antes, pero el hijo también desconoce ese “antes”, y al padre le duele tanto recordarlo que prefiere obviarlo, deshacerse de un mundo precedente que ya se desdibuja como las viejas reminiscencias: “A veces el niño le hacía preguntas acerca del mundo que para él no era ni siquiera un recuerdo. Se esforzaba mucho para responder. No existe pasado” (p. 45).

 

El sur, una incierta posibilidad de destino del viaje de estos dos caminantes, no es más que una medida de postergación del siempre inminente final, sobre todo para el padre, que, enfermo, deberá guiar a su hijo en la búsqueda de un mejor lugar. El final de la novela es bastante predecible, sin embargo Cormac McCarthy se vale de buenos artilugios para mantener al lector recorriendo La carretera por sus solitarias y largas extensiones y sus oscuros vacíos. Tales artilugios se pueden resumir en la precisión de la escritura de McCarthy, en la que se destaca una narración sin excesos, completamente centrada; el acertado manejo de los personajes en un proceso de maduración que se puede registrar de principio a fin, sobre todo en el personaje del niño; y el buen empleo de un recurso notablemente fílmico: el suspenso. Durante el recorrido de padre e hijo estaremos expectantes de los peligros que los acechan en un mundo sin mar azul, con un cielo de ceniza.

 

Carolina Lozada

Ilustración: Fotograma de la adaptación fílmica de la novela de McCarthy,  “The road”, de John Hillcoat 

4 comentarios:

Rubi Guerra dijo...

Como me gusta mucho tu reseña, me permito un abuso contigo y con tus lectores. Copio una variación del tema del padre y el hijo en McCarthy:
"Allí, entre flores y el perfume de las damas que acababan de partir y el leve olor metálico de la tierra, contemplando una tumba de tamaño normal con el pequeño ataud ataúd descansando en el fondo. Pálido hijo varón, ¿sufriste la agonía final? ¿Tuviste miedo, sabías qué pasaba? ¿Sentiste la zarpa que te requería? ¿Y quién es este insensato arrodillado sobre tus restos, sofocado de amargura? ¿Y qué podía saber un niño de los oscuros designios divinos? O que la carne es tan frágil que apenas si es más que un sueño."

Es de la novela "Suttree"; para mi gusto, una de las dos mejores de McCarthy. La otra es "Meridiano de sangre".

Carolina Lozada / Luis Moreno Villamediana dijo...

Bienvenido, Rubi, nunca será un abuso aparecerse tomado de la mano de un texto tan crudo y hermoso. Yo apenas empiezo a acercarme a McCarthy con esta novela y fue un buen primer encuentro. Surgido de la necesidad de escoger entre dos escritores (Coetzee y McCarthy). Escogí el libro de McCarthy porque me atrajo la idea de que su libro fuera una road movie, como ya lo dije en la reseña. En cuanto a Coetzee, me sigue gustando, pero ya he leído varios libros suyos. Así que me quedé con McCarthy y creo que seguiré buscándolo, porque esto fue amor a primera leída. Y ahora más, con tu comentario. Bien sabes que te respeto y aprecio como buen lector que eres, y más aún como escritor.
Un abrazo para ti,
Carolina

Roberto Echeto dijo...

Anoche terminé de leerla. ¡Qué gran novela!

A simple vista, La Carretera trata sobre el viaje de un padre y de un hijo por un país devastado. Como todo ocurre en un mundo yermo y ceniciento en el que la gente se come a la gente, es muy fácil creer que estamos ante otra historia apocalíptica del tipo Mad Max. Yo mismo confieso haberme preguntado más de una vez por qué Cormac McCarthy contaba otra vez un relato que ya contaron Stephen King en Apocalipsis y en Cell, Ray Bradbury en sus inolvidables Crónicas marcianas y hasta Vittorio De Sica en aquella película protagonizada por Sophia Loren titulada Dos mujeres. La respuesta más seria que encontré tenía que ver con que los escritores sienten cada cierto tiempo el deber de reinventar y actualizar el mito del apocalipsis justamente para que a ningún demófago real le dé por desatar los demonios de la abominación universal y freírnos a todos en un instante irrepetible. De Virgilio al soldado Ryan, pasando por Goya, la mejor manera de combatir las guerras ha sido hablar sobre las desgracias que cada una trae consigo.

Sin embargo, cuando terminas de leer La Carretera, te queda un sabor extraño en la boca y es porque te das cuenta de que leíste una metáfora de 210 páginas en las que el apocalipsis no era lo más importante. Al final, la novela no trataba sobre un padre y un hijo caminando por un mundo quemado por una guerra mundial. Al final leíste una obra que trataba sobre cómo todo padre le insufla vida a su hijo, lo enseña a mantener ese hálito, a sobrevivir y a convertirse en una persona que tendrá que tomar sus propias decisiones. Este libro, ¡maldita sea!, trata sobre cómo el deber de cada hombre es mantener la vida y propiciar que ésta continúe en el futuro a pesar de la inexorabilidad de su fin, de las circunstancias adversas que la rodean y de todo cuanto se oponga a que la Vida (con mayúsculas) siga su curso por los siglos de los siglos.

La Carretera, que es la metáfora de la vida (un laberinto con curvas, rectas, barrancos, caníbales de toda pelambre emboscados en los recodos y en las cunetas), es una alegoría de cómo cada ser humano no puede sustraerse a ese deber. De ahí emanan la grandeza de esta novela y la razón por la cual nos ha conmovido tanto.

Carolina Lozada / Luis Moreno Villamediana dijo...

Sí, Roberto, en efecto esta novela es un gran hallazgo. El viaje en "La carretera" reúne todos esos elementos de los que hablas en tu comentario. Y en toda la novela se siente la necesidad de seguir a pesar de tener todos los vientos en contra. Me gusta como McCarthy maneja los elementos del viaje iniciático y el mito del hombre que robó el fuego a los dioses.
Gracias por tu visita y entusiasta comentario.
Carolina