En alguno de nuestros cursos de pregrado, aprendimos que los premios forman parte, como los programas de enseñanza, las revistas especializadas o las reseñas y juicios críticos, del sistema literario y que una de sus funciones es el descubrimiento de nuevos talentos. Me ha venido a la mente ese sentido y ese valor de los concursos al leer el volumen de cuentos Los jardines de Salomón (Cumaná: Ediciones Cultura Universitaria, 2008), de Liliana Lara, obra ganadora de la mención Cuento en la XVI Bienal José Antonio Ramos Sucre 2007, con un jurado compuesto por Raúl Pérez Torres, Milton Quero Arévalo y Luis Barrera Linares.
En efecto, cada una de las siete narraciones que lo componen (seis cuentos y una noveleta, que da cierre y nombre al libro) es una confirmación de las cualidades de esta novel narradora. Se trata de cuentos relativamente extensos, de un promedio de 14 páginas impresas cada uno y más de 30 la noveleta, que impactan en primer lugar por la variedad de ambientes y situaciones que se atreven a representar y por la seguridad y solvencia con las que la autora asume y resuelve narrativamente esas tramas tan diversas. Entre ellas me parecen dignas de destacarse: el empeño de una antiheroica pareja de adoradores de Hemingway por erigir un centro de culto al escritor en un botiquín de Cumaná, sin que hasta el final parezca haber prueba material alguna de su paso por el lugar; el impacto de un suicido pasional en la casa vecina y su superposición a la perturbadora imagen televisiva de un perro en el sexo de una cantante de rock que quiebran la inocencia de dos hermanos en Maturín; y las histriónicas aventuras y desventuras sadomasoquistas de un fracasado psicólogo y una exitosa estilista de pequeños y afilados dientes. El relato final, de mayor empaque, se atreve a ficcionalizar paralelas historias de amor y desamor en mundos foráneos como el de Israel, donde la autora ha vivido y trabajado como docente en los años recientes; y lo hace, como en el resto del volumen, con entera solvencia narrativa y de lenguaje, con personajes consistentes y bien concertados desenvolvimientos accionales.
Además de algunos argumentos que podrían pensarse como cercanos a la experiencia vital de la narradora, en muchos otros encontramos contextos autónomos, situaciones muy poco convencionales que también terminan siendo narrados con competencia más que satisfactoria. Como quien buscara ponerse a prueba con dificultades narrativas crecientes, Lara elige para algunos de sus relatos narradores que le son ajenos (masculinos, infantiles, juveniles, populares, foráneos), que resultan sumamente creíbles. Interesante en varios de los cuentos la integración plausible de secuencias oníricas con una lograda fusión de elementos “de la vida real” de la ficción narrativa. Gracias a un sensato planteo narrativo, el tiempo de lo acontecido y el tiempo de lo relatado fluyen y se entrecruzan naturalmente, sin rigidez ni confusión para el lector. En los desenlaces se encuentra tanto la sorpresa convincente que cierra naturalmente algunos de los relatos, como, con mayor frecuencia, esa energía contenida de lo irresuelto, que lo potencia al proyectarlo hacia diversas hipótesis.
Hasta ahora, Liliana Lara era para mí una aplicada estudiante de la Maestría en Literatura de la USB, autora de una inteligente indagación sobre la inserción de la crítica y la teoría en las ficciones de Ricardo Piglia. Gracias a este atinado premio y a la publicación de Los jardines de Salomón, la tengo ahora también como una de las nuevas cifras de la potente y globalizada ficción venezolana de nuestros días.
Carlos Pacheco
Ilustración: “Storm Brewing (Detalle)”, Henry Darger
En efecto, cada una de las siete narraciones que lo componen (seis cuentos y una noveleta, que da cierre y nombre al libro) es una confirmación de las cualidades de esta novel narradora. Se trata de cuentos relativamente extensos, de un promedio de 14 páginas impresas cada uno y más de 30 la noveleta, que impactan en primer lugar por la variedad de ambientes y situaciones que se atreven a representar y por la seguridad y solvencia con las que la autora asume y resuelve narrativamente esas tramas tan diversas. Entre ellas me parecen dignas de destacarse: el empeño de una antiheroica pareja de adoradores de Hemingway por erigir un centro de culto al escritor en un botiquín de Cumaná, sin que hasta el final parezca haber prueba material alguna de su paso por el lugar; el impacto de un suicido pasional en la casa vecina y su superposición a la perturbadora imagen televisiva de un perro en el sexo de una cantante de rock que quiebran la inocencia de dos hermanos en Maturín; y las histriónicas aventuras y desventuras sadomasoquistas de un fracasado psicólogo y una exitosa estilista de pequeños y afilados dientes. El relato final, de mayor empaque, se atreve a ficcionalizar paralelas historias de amor y desamor en mundos foráneos como el de Israel, donde la autora ha vivido y trabajado como docente en los años recientes; y lo hace, como en el resto del volumen, con entera solvencia narrativa y de lenguaje, con personajes consistentes y bien concertados desenvolvimientos accionales.
Además de algunos argumentos que podrían pensarse como cercanos a la experiencia vital de la narradora, en muchos otros encontramos contextos autónomos, situaciones muy poco convencionales que también terminan siendo narrados con competencia más que satisfactoria. Como quien buscara ponerse a prueba con dificultades narrativas crecientes, Lara elige para algunos de sus relatos narradores que le son ajenos (masculinos, infantiles, juveniles, populares, foráneos), que resultan sumamente creíbles. Interesante en varios de los cuentos la integración plausible de secuencias oníricas con una lograda fusión de elementos “de la vida real” de la ficción narrativa. Gracias a un sensato planteo narrativo, el tiempo de lo acontecido y el tiempo de lo relatado fluyen y se entrecruzan naturalmente, sin rigidez ni confusión para el lector. En los desenlaces se encuentra tanto la sorpresa convincente que cierra naturalmente algunos de los relatos, como, con mayor frecuencia, esa energía contenida de lo irresuelto, que lo potencia al proyectarlo hacia diversas hipótesis.
Hasta ahora, Liliana Lara era para mí una aplicada estudiante de la Maestría en Literatura de la USB, autora de una inteligente indagación sobre la inserción de la crítica y la teoría en las ficciones de Ricardo Piglia. Gracias a este atinado premio y a la publicación de Los jardines de Salomón, la tengo ahora también como una de las nuevas cifras de la potente y globalizada ficción venezolana de nuestros días.
Carlos Pacheco
Ilustración: “Storm Brewing (Detalle)”, Henry Darger
1 comentario:
Elegante reseña, bella ilustración, blog espectacular! gracias!
Publicar un comentario